IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

El reflejo de la luna
Almudena Molina, 16 años

                 Colegio Senara (Madrid)  

Mi abuela tenía el pelo de plata. Le había robado el resplandor a la luna y por eso, cuando yo miraba al cielo, no la encontraba. <<¿Dónde se habrá escondido la luna?>>, pensaba al mirar por la ventana en las horas de insomnio, sin encontrar respuesta al enigma.

Pero la luna no se había disfrazado de noche o de nube, ni de día, ni de estrella. Ni siquiera de transparente cristal. Tampoco se había ocultado tras la montaña ni había decidido sumergirse en el río. Seguía en su sitio, colgada de los astros, esperando que todas las abuelas le devolvieran su brillo.

Antes creía que hay personas que nacen con el pelo plateado, a las que la luna les había dejado parte de su superficie en el cabello, y que mi abuela era una de ellas.

–Abuela, qué suerte que tienes… La luna te ha tocado –le decía de chica.

Ella me preguntaba el porqué y me escuchaba con atención, sin contradecirme. Si hasta tenía reflejada la luna en sus ojos, por más que dijera que sus pupilas le brillaban de vernos crecer tan rápido.

Más tarde, otras personas me dijeron que la luna está muy lejos, que no se puede alcanzar, tampoco estirando los dedos, que si no se veía desde mi cuarto era porque se encontraba en la fase de luna nueva.

Qué complicados son los adultos, siempre dando argumentadas razones que más tarde no sirven para nada sino para arrebatarle la ilusión a una niña.

Años después comprendí el motivo de la luna nueva: el satélite sacrifica su resplandor una vez al mes, para repartirlo entre distintas personas, algunas ancianas y otras no tanto. Así, poco a poco, la luna va regalando su fulgor a aquellos que necesitan vivir alegres.

Yo todavía era niña ¿Hasta cuándo tendré que esperar para recibir su presente?