XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El regreso 

Nataly Ruz, 19 años

Colegio Stella Maris, la Gavia (Madrid)

Estoy frente al lugar que un día fue mi morada. Me ha parecido ver la casa amarilla en la que se forjó mi destino.

Yo tenía siete años cuando nos llevaron, a mí y a mis hermanos, a un hogar de acogida, que allí llamaban Aldea Infantil. En aquel lugar pasé tres años. Al poco tiempo de nuestra llegada adoptaron a mis hermanos menores, pues suele ser habitual que las familias prefieran niños pequeños. Al menos, tuve más suerte que mi hermano mayor, porque yo fui la siguiente en recibir a unos padres. Sentí un desgarro cuando nos separamos, pues él nos había protegido, había hecho de padre y de madre a la vez.

Al principio fue muy duro, pues tuve que adaptarme a una familia en España, un país que no era el mío. Recuerdo que antes de marcharme de Chile, le prometí a mi hermano que iba a ser rica y que entonces volvería a por él. ¡Ese era mi sueño! Quería conseguir todos los bienes materiales que nunca había tenido para compartirlos con mi hermano mayor. Además, con él seguía manteniendo contacto, cosa que no pudimos hacer con los pequeños.

No conseguí ser rica, ni muchísimo menos, ni supe dónde están mis otros hermanos, lo que algún día me gustaría resolver. Sí, quiero que la Providencia nos vuelva a unir.

Estoy tan agradecida a mi familia… Mis padres adoptivos me quieren con locura. Mis padres han estado en mis peores y mejores momentos; nunca me han dejado de lado. Me apoyaron cuando les dije que quería ser escritora, que es el motivo por el que, veinte años después, he regresado al lugar donde empezó todo.

Hace un rato que llegué a la misma casa a la que una vez llamé hogar. Acabo de hablar con la señora Sylvia, una de las mujeres que se encargan de estas residencias en Antofagasta, provincia de Chile. Voy a recoger a Teodora, una niña que, por la foto que nos enviaron a mi marido y a mí, tiene una sonrisa que quita cualquier pena. Estoy emocionada, aunque reconozco que no me resultó fácil tomar esta decisión.

Cuando nos acercamos a ella para darle nuestro primer abrazo, Teodora se asustó y huyo a la carrera. Me acerque y le dije:

-Vamos a ser tus papás. 

Me devolvió una tímida sonrisa y manifestó su deseo de ver juntas el álbum de fotos que le habíamos enviado. Eso solo fue el principio. Eso, y una caricia que la embargó de ternura.

Adoptar un niño puede resultar más difícil que tener uno propio, porque a estos últimos se les brinda todo el cariño y un amor incondicional aun antes de nacer. En cambio, los otros traemos cicatrices físicas y psicológicas, porque fuimos alejados de nuestros primeros padres. 

Quiero darle a mi hija todo el cariño y las oportunidades que he recibido. Y no descarto, en un futuro, ampliar la familia.