XIX Edición
Curso 2022 - 2023
El reto
Ian Manuel Calleja, 16 años
Liceo del Valle (Guadalajara, México)
Llevo sesenta y cinco noches seguidas llorando, muerto de pánico cada vez que se apagan todas las luces de mi casa… salvo la de mi computadora.
Todo empezó con una conversación en internet la noche de un viernes, a la vuelta de la universidad. Me había desvelado; no podía dormir. Había tomado algunas bebidas energéticas para mantenerme despierto mientras platicaba con gente en juegos en línea. Es el problema que tiene la imprudencia.
Cuando al fin se me iban cerrando los ojos… ¡cling!, una notificación apareció en la esquina superior de mi ordenador. Era una petición de amistad por parte de un perfil desconocido.
«Oh, perfecto», me dije al pulsar el botón verde, para aceptarla.
Entonces vi la confirmación: «Anónimo3367 y tú, ahora son amigos».
«Hola», escribí.
No tardó ni un segundo en contestarme.
«hola! estoy algo aburrida jajaja y pense que sería divertido hablar contigo» .
Leí el mensaje un par de veces.
«Conque es una chica…», pensé. Y ahora me arrepiento con toda mi alma de haberla respondido:
«Yo también estoy aburrido jajjaj estoy haciendo tarea».
Ella no usaba las mayúsculas, ni las tildes ni, mucho menos, una puntuación correcta. En todo caso, conversamos amigablemente una media hora sobre lo aburrida que es la escuela. Después, la plática tomó tintes más oscuros.
«As visto las noticias de esos niños?».
Me quedé inmóvil, contemplando aquel mensaje. Sabía de qué me estaba hablando.
«Sí», fue lo único que me atreví a responderla.
«pobres pequeños, no?».
Me rasqué la sien, ansioso, pues no me gustaba el rumbo que estaba tomando la charla.
«Sí. Una lástima por sus familias», tecleé.
«pobres pequeños», volvió a anotar. «nunca más podran volver a jugar».
Agitado, retrocedí en mi silla rodante y me llevé las manos al pecho. Aquello era demasiado. Permanecí inmóvil unos segundos, hasta que me llegó otro mensaje:
«no intentas irte, verdad Mateo?».
Mi nombre no es público en línea, y no se lo había revelado mientras chateábamos. Por tanto, ¿por qué y cómo sabía mi nombre?
«Oh si. Se como te llamas Mateo. Te conozco muy bien…».
Las luces de mi habitación comenzaron a prenderse y apagarse intermitentemente.
«esos niños murieron, Mateo, porque alguien en internet les hizo jugar un desafío. 66 días de retos, verdad Mateo?»
Presa del miedo, comencé a aullar con desesperación.
«no grites», me decía el monitor. «yo no tuve la oportunidad de gritar cuando me obligaste a cumplir el ultimo reto. Ya sabes: el que se juega en la cima de un edificio, verdad Mateo?»
Era ella. La primera de las víctimas. La primera que al finalizar el juego… terminó con su vida.
«no te preocupes, Mateo. solo quiero hacerte una pregunta».
Sabía de antemano las palabras que aquel espíritu iba a escribirme a continuación.
Grité y me dejé caer al suelo, y me ovillé en un ataque de llanto. Entonces, sonó el ¡cling! más terrorífico. Ni siquiera tenía que leer lo que la difunta niña había mecanografiado. Eran las mismas palabras que yo le había enviado. A ella y al resto de los niños. Y ahora era mi turno. Tenía que jugar,
«¿Aceptas el reto?», y a continuación, una única casilla que esperaba mi asentimiento: «Sí. Acepto».