XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

El sabor de la sal

María Navarro, 17 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)    

Aquella agonía parecía que no iba a terminar nunca. Los gritos y las sirenas del barco me estaban taladrando los oídos.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al mirar alrededor. Necesitaba que alguien me pellizcase y me dijese que aquello realmente estaba ocurriendo, que me encontraba en aquel barco que naufragaba, a punto de morir ahogada junto a dos mil pasajeros. No; no podía ser verdad. Tenía que tratarse de una pesadilla.

Pero el golpe contra un barril me hizo comprender que aquel desbarajuste no era fruto de mi imaginación. Cuando estaba al borde de las lágrimas, se me acercó una niña de unos siete años.

—¿Me puedo sentar a tu lado? —me preguntó—. No encuentro a mis padres y tengo mucho miedo.

Tragué saliva y me dije a mí misma que debía ser fuerte; la pequeña me necesitaba, pues no era capaz de asimilar lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué el barco se inclinaba de aquel modo? También yo tenía muchas preguntas que nadie me podía responder. ¿Por qué duraba tanto aquel sufrimiento? Hacía ya varias horas que el trasatlántico había impactado contra un enorme iceberg. Mi cabeza era un hervidero de pensamientos: ¿cuáles se suponía que debían ser mis últimos deseos?

La chiquilla sentada junto a mí me miraba fijamente con sus enormes ojos asustados. La abracé fuerte contra mi pecho para que no tuviera que ver las caras de horror y angustia del resto de los pasajeros. Le susurré al oído y le canté una canción, antes de que mi boca se llenara de agua salada y de lágrimas.