IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

El sentido del dolor

María Ariza, 15 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Pronto hará dos meses de esta cruz que Dios ha puesto en nuestro camino. Parece un tiempo eterno, durísimo, y a la vez parece que todo empezó ayer.

Me dijeron que el sufrimiento hace madurar. Pensé que era una tontería, que lo que madura son la experiencia y el saber, o los años, por ejemplo. Pero ahora sé que estaba equivocada, que el sufrimiento madura porque te hace crecer, te ayuda a darte cuenta de que otros también sufren, que hay que medir las palabras y no contar las sonrisas.

El dolor te hace sentir en propia piel lo que sufre el prójimo. Y al sentirlo, corres en su ayuda.

Durante estos meses, largos pero cortos, mucha gente ha demostrado su valía. Unos para lo malo y otros para lo bueno. Podría parecer que la enfermedad se limita al dolor, a la angustia, pero no, está en el día a día... El día en el que recibes la peor noticia que podrías esperar; el día en el que nace una esperanza; el día en el que operan a tu sobrino querido y lo tienen horas y más horas en un quirófano; el día en el que le ves con la cabeza vendada, casi sin fuerzas; el día en el que dice <<papá>> después de tantos meses; el día en el que se le cae el pelito; el día en el que recae; el día en el que te dan una nueva y triste noticia; el día en el que pierdes la esperanza; el día en el que la vuelves a encontrar; el día en el que empieza una rutina incomprendida de hospital; el día en el que no hay más hospital porque la enfermedad se ha complicado; el día en el que los nervios no te dejan hacer otra cosa sino llorar; el día en el que juegas con él y le haces disfrutar y reír; el día en el que descubres el sentido del sufrimiento; el día en el que descubres a Dios tras la enfermedad; el día en el que ríes; el día en el que no dejas de llorar; el día en el que disfrutas de la familia y te das cuenta del gozo de estar todos juntos; el día, el día, el día... Y todos estos sucesos en dos meses.

Ya no sé vivir sin amar, porque no sé si lo que más quiero en este mundo está a punto de dejarnos. Por eso, cuando estoy sola, lloro; y cuando me acuesto, no puedo dormir y me pongo a llorar de nuevo.

Sé que la vida sigue, día a día. Para querer y descubrir lo más importante. Si no sabes cuánto tiempo le queda… ¡dale todo el cariño que encuentres! Ese amor es más importante que estudiar y que ir al colegio.

Cuando uno sufre es cuando descubre lo que es y halla la manera de comprender a los demás. Hoy yo sigo mirando a ese niño, sin saber si le podré mirar mucho más tiempo. Y lloro por poder mirarle, por oír cómo dice <<Maia ven>> o <<Maia pupa>>... Por poder abrazarle y darle besos. ¡Qué suerte tengo! Muchas veces no nos damos cuenta! ¡Qué suerte poder abrazarle, mirarle...!

Dios mío, haz ver a los demás padres con hijos enfermos que Tú no castigas, que nos amas, que nos das lo mejor, que nos proteges siempre.