XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El sino de los tiempos 

Marta Martí, 14 años

Colegio La Vall, (Barcelona)

La mano derecha de Alex en su garganta le dificultaba la respiración. La izquierda le apretaba las muñecas con una fuerza sobrenatural. Pero no era la presión angustiosa en la tráquea ni el hormigueo que le subía por los brazos su mayor dolor, sino que la persona que le causaba aquel sufrimiento fuera su mejor amigo.

Así era la Escuela de Alto Nivel, donde se entrenaban los mejores candidatos de entre doce y dieciocho años. Allí los niños perdían su infancia para transformarse en soldados dispuestos a combatir en la última batalla de la Tierra.

A duras penas, Ángel consiguió formular algunas palabras:

–Alex… por favor…    –balbució con la mano anclada a su cuello.

Intentó que sus miradas se cruzasen, pero Alex apartaba la vista de sus ojos suplicantes.

De pronto, Ángel le soltó una patada que lo tiró al suelo y logró liberarse de sus manos de acero. Se revolcaron por el suelo soltándose puñetazos, hasta que cada uno se colocó en una esquina de la sala. Su amigo sacó un cuchillo del cinturón; él hizo lo mismo.

Ángel le lanzó una cuchillada, pero Alex –más fuerte y más ágil– bloqueó su ataque y lo tiró al suelo, en donde trató de inmovilizarlo de nuevo. 

–Lo estas haciendo muy bien, Alex –resonó la voz del instructor a través de un altavoz.

Aquella era la última prueba: dos candidatos entraban en la habitación, pero solo uno podía salir con vida: aquel que se convertiría en un líder. La lucha los retaba más allá de sus límites, arrebatándoles los sentimientos nobles, la empatía y la compasión.

Alex alzó el cuchillo para darle a Ángel el golpe final. Entonces, un atisbo de duda se le reflejó en el rostro. Le temblaron las manos y, en un último momento, dejó que el cuchillo le resbalara de entre los dedos y cayera al suelo. Inmediatamente se levantó y le ayudó a Ángel a ponerse en pie. Aquello desconcertó a su amigo. Antes de que dijeran una sola palabra, Alex lo abrazó con fuerza.

La voz grave y potente del instructor les hizo perder el hilo de sus pensamientos. 

–¡Soldados!... ¡Firmes!... –. Cuando los muchachos cumplieron la orden, les lanzó una pregunta: –Decidme, ¿qué acaba de pasaros?

–Hemos comprendido que esta batalla no tiene sentido, señor –le respondió Alex.

–¿Por qué tenemos que derramar la sangre de nuestros compañeros? –habló Ángel–. ¿Acaso tiene lógica que para elegir al líder que dirigirá la batalla, haya que asesinar a quien pertenece a su mismo bando? 

–Así que disponga lo que quiera con nosotros, pero no vamos a matarnos.

Desde el otro lado de la sala, el coronel dibujó una sonrisa, pues conocía cuál iba a ser su siguiente orden:

–Les felicito soldados…. Tienen los valores que ha de poseer un buen líder. Sin embargo, me temo que solo uno de los dos puede ocupar ese puesto.

–¿Pero por qué dividir nuestras fuerzas? –preguntó Ángel dando un paso al frente para dirigirse a su instructor.  –La unión hace la fuerza. Así que… ¿Y si lo somos los dos?

Alex y Ángel se miraron con complicidad mientras su instructor valoraba la propuesta. 

***

Tiempo después, tras la guerra, volvió la paz y la prosperidad. Los dos amigos habían marcado el nuevo sino de los tiempos.