XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El Sol de Persia 

Javier Monmeneu, 17 años

Colegio el Vedat (Valencia)

Cuando Persia era un reino temible para los pueblos antiguos, el Sha, monarca de todas las tribus que habitaban en el interior de sus fronteras, tenía depositada su confianza en uno de sus visires, Malek, rico terrateniente en la vega del Zayandeh. 

Caprichoso, desconfiado y cruel, el Sha mantenía su poder sirviéndose del terror. Bastaba con la sospecha de que alguien pudiera hacerle sombra, para que ordenase su inmediata ejecución, que lo sometieran a torturas o que pasara el resto de sus días en los oscuros calabozos de sus fortalezas. Aunque Malek reprobaba aquella manera de gobernar, no se atrevía a manifestar en público lo injusto de aquellos castigos.

Cuando el visir terminaba sus deberes del Consejo, salía a pasear por Persépolis, siempre acompañado de sus escoltas. Le gustaba recorrer los bazares y ver los productos exóticos que los mercaderes importaban desde recónditos lugares del mundo.

Una tarde, durante uno de sus paseos, un grupo de hombres se detuvo a hablar con él. El hijo de uno de ellos había sido acusado de un crimen del que no era culpable, por lo que le suplicaron que usara su influencia sobre el Sha para liberarlo de una muerte segura.  

Malek lo estuvo pensando de vuelta al palacio, mas al ver el imponente alcázar, sintió miedo y decidió no discutir la decisión del monarca. Temía que no se le permitiera volver a entrar al palacio bajo la honorable protección del Sol de Persia.

A la mañana siguiente, el joven fue juzgado. Malek estuvo presente en el proceso. Varios testigos alegaron que el muchacho era un espía de las guerrillas contrarias al Sha. Este, que temía la fuerza de los rebeldes, cegado por la ira, mandó que lo ejecutaran. Pero a pesar de los intentos del monarca por aplacar a los revolucionarios, los ciudadanos decidieron librarse de aquel tirano.

La tensión se hizo palpable: se cerraron los puestos del bazar, aparecieron pintadas rebeldes por toda la ciudad, volaban objetos contra los palanquines en los que se desplazaban las princesas … Malek supo que había llegado el momento de abandonar su puesto de visir, pues formar parte del gobierno de Persia hacía que su vida también estuviera en peligro. Él era fiel al Sha, pero no tenía valor para responder ante sus injusticias. 

Planeó su huida de Persépolis. Decidió esconderse en una caravana de mercaderes, pero solo conocía a un vendedor que podría ayudarle, el joven condenado a muerte. Aún no había caído en manos de sus verdugos, puesto que toda la guardia se había concentrado en el palacio para proteger al Sha.

Aquella noche, en la que no había luna, se coló en la prisión. Sabía donde guardaban las llaves y conocía los planos del edificio. Cuando abrió el portón de una celda, encontró al joven tirado en el suelo. Lo habían torturado. Por suerte, aún le quedaban fuerzas para levantarse. Malek le ayudó a ponerse en pie y se escabulleron lo más rápido que las entumecidas piernas del muchacho le permitieron. Aquella misma madrugada, desaparecieron de la urbe, escondidos en un par de carruajes.

A los pocos días, lejos ya de Persépolis, supieron que los enfrentamientos entre el ejército y los insurrectos había devastado la ciudad. El Sha y muchos otros visires habían muerto. Desde entonces, Malek se dedicó al comercio; vendía telas a largo y ancho de Oriente. 

Dos años después, su caravana pasó cerca de la Persépolis. Desde sus alrededores observó las murallas que protegían el alcázar del Sha y ocultaban la destrucción de las viviendas, reducidas a cenizas por sus propios habitantes. Melancólico, evocó los recuerdos que tenía de cuando era el centro del mundo.