XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El sueño de Mario 

Lucas Duncan Shewan, 13 años

Colegio El Prado (Madrid)

Se acercó al agujero donde se le había caído la pelota. Era tan hondo que, al asomar la cabeza por él, decidió no intentar cogerla, no fuera a hacerse un esguince. De vuelta a su casa, pensó que se podía comprar otra en el centro comercial. Allí vendían muchos tipos de balones: había réplicas de los que se usaban en competiciones oficiales, de goma, pequeños, grandes, blandos y de todos los colores.

Al llegar a casa, le preguntó a su madre si podía ir al centro comercial que estaba al lado de su casa 

-¿Dónde?- respondió ella-. Por aquí no hay ningún supermercado como para recorrer el camino a pie.

-Sí, mamá –le dijo Mario, asombrado–. Me refiero al que se encuentra a dos bloques de aquí, después de dar la vuelta al edificio que se ve desde mi ventana, en el que compras todas las semanas.

Su madre, pensando que era una broma, se rio y le comentó que se le mezclaban las ideas, que quizás tenía que salir a la calle y airearse.

Mario aprovechó la oportunidad, subió a su cuarto, en donde cogió el dinero para comprar una buena pelota con la que pudiera jugar con sus amigos y, tras guardarlo en un bolsillo, bajó las escaleras, se despidió de su madre y salió apresuradamente a la calle. Ya en la acera, pensó en lo extraño que era aquel asunto: ¿cómo era posible que su madre no supiera dónde estaba el centro comercial en el que compraba de forma habitual? 

De camino al supermercado se encontró con su padre, que iba en coche. Se saludaron y Mario prosiguió su rumbo. Entonces, al llegar al recinto en el que se encontraba el centro, se topó con un campo de fútbol de césped artificial. Asombrado, miró hacia todos los lados. Decidió preguntar a varias personas por el comercio y, para su sorpresa, todas ellas le contestaron que en ningún momento había habido allí un supermercado. 

Enfadado, le dio una patada a una lata de Fanta tirada en el suelo, pero su pie pasó por encima, así que se cayó sobre la acera. Se despertó en un charco de sudor, rodeado de sus padres.

–¿Qué te pasa? –le preguntó su madre–. Llevas un rato moviéndote y chillando. 

Para que se relajara, se tomó en la cocina un vaso de leche. Mientras tanto, les narró su extraño sueño. 

Al volver a la cama, asomó la cabeza por el armario, para comprobar que el balón real seguía allí. Pero no estaba. Se giró asustado, para estallar en carcajadas al descubrir a su padre con el balón en la mano y un gesto burlón. Ya tranquilo, se acostó sin más incidentes.