IX Edición
Curso 2012 - 2013
El supersecreto
Paula Maher, 15 años
Colegio Montealto (Madrid)
Los secretos vagan por el mundo esperando a ser descubiertos. Escapan en ocasiones de sus prisiones, susurrados al oído o, como ahora, plasmados sobre papel. No existe secreto mayor que el que me dispongo a escribir…: mi padre es un superhéroe.
Nació una mañana de julio hace casi cincuenta años, en un pueblecito perdido, al sur de Irlanda, donde los árboles murmuran con el viento, que arrastra a su paso el canto de las hadas.
En esa tierra curtida, como sus habitantes, por la lluvia y el sufrimiento, transcurrió su infancia. Arropado con el cariño de sus progenitores y de sus siete hermanos, pronto comenzaron a desarrollarse, entre vacas y gallinas, los superpoderes que marcarían su identidad y existencia. En primer lugar, la humildad que le permitiría ocultar sus otros dones, como su talento innato para las matemáticas.
Al igual que Supermán con su fuerza infinita, mi padre se dedicó a explotar este último superpoder tras finalizar el colegio con excelentes notas. La excelencia se convertiría en su firma, como la zeta del Zorro.
Estudió Matemáticas en la bohemia ciudad de Galway, para después realizar dos másteres en Estadística, en Limerick y Dublín. Superpapá estaba preparado para salir al mundo. Consiguió un trabajo magnífico en la Oficina Central de Estadística de Irlanda y se alió con muchos otros superhéroes, que cooperaron con él en la salvación del mundo.
Mas cierto día se percató de algo: su carrera requería una chica a la que auxiliar, una Lois Lane con la que compartir su vida. Así, resolvió marchar a España, con la excusa de visitar a su hermano, que trabajaba allí como profesor. Cuando conoció a mi madre, Superpapá aún no se había despojado del antifaz que ocultaba su timidez. Enseguida quedó prendado de ella y de sus propios y heroicos poderes femeninos: su sencillez y espontaneidad, su inmenso corazón… Sin embargo, él se vio obligado a regresar a su tierra natal, donde inició una correspondencia epistolar con ella. Le enviaba cintas de música que pensaba le agradarían y que se convirtieron, mes a mes, en la banda sonora de su amor. Al fin decidió escribirle una carta en la que expresaba su afecto infinito, como la fuerza de Supermán.
El antifaz le dio a mi madre una impresión errónea sobre Superpapá, pues le consideraba algo soso e increíblemente serio, impresión que se suavizó con la hermosa música que le arrullaba cada noche… Aun así, le expuso con resolución los sentimientos que albergaba respecto a mi padre, disculpándose si había dado aliento a sus avances.
Su contacto se extinguió durante largo tiempo, hasta que mi madre decidió apuntarse a un curso de inglés en Irlanda. Descubrió con sorpresa que mi padre daba clases en dicho curso, ¡maravillosas casualidades de la vida! La máscara de timidez de Superpapá se había acentuado con el rechazo, por lo que asombró a mi madre al apenas dirigirle la palabra. Cuando el antifaz al fin cayó, por insistencia de la dama, se enamoró de su humildad, de su sutil sentido del humor, de su honestidad e inocencia… Y de la canción con la que la obsequió el día de su regreso a España: Leaving on a Jet Plane, de John Denver.
Tras aquel curso, iniciaron su noviazgo. Transcurrido escaso tiempo, mi padre tuvo que utilizar los poderes en toda su magnitud, ante la duda de tomar la decisión más importante de su vida: ¿debía casarse con la chica de sus sueños, dejando patria, familia y trabajo?
Yo misma y mis tres hermanos somos el resultado del “sí” desinteresado de mi padre a mi madre, de mi madre a mi padre, que se renueva a diario con ímpetu, movido por un inmenso afecto. Y por el dulce recuerdo de la tierra que le aguarda al fondo del mar. Sus superpoderes se han multiplicado e intensificado: ahora, puede importunar cariñosamente a mi abuela, exponer teorías absurdas sobre mi profesora de deporte y sus proyectos para dominar el mundo, decirme que soy su hija favorita -la única que tiene- y reírse cuando le llamo pastor protestante.
Sus días transcurren entre tazas de té, novelas de P.G. Wodehouse y John Buchan, niños atolondrados a los que da clase de inglés durante las horas de luz, dedicándose a su mayor superpoder -la estadística- por la noche, cuando todos dormimos, como un verdadero superhéroe.