XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El test de Claudia 

Paula Martín Pérez, 13 años

Colegio Ayalde (Vizcaya)

Se despertó sin saber dónde se encontraba. Hizo un esfuerzo por recordar: se vio de camino a su habitación, dispuesta a descansar una vez había entregado una encuesta psicológica que la directora del internado le había ordenado que realizara. Se acordaba de haberla empezado, pero, curiosamente, no de haberla finalizado. 

Observó la habitación, en la que todo era blanco: el suelo, el techo y los azulejos que cubrían las paredes. No había otro mueble que la cama en la que había despertado, que se encontraba atornillada al suelo.

Quiso dirigirse a la puerta. Al levantarse, apenas pudo andar, como si tuviera los músculos dormidos. Cuando agarró el pomo, descubrió que la habitación estaba cerrada desde afuera. Escuchó unos pasos del otro lado. Alguien giró la llave y apareció un señor de bata blanca con dos guardas de seguridad.

–Buenos días –le saludó–. ¿Qué tal has amanecido?

–¿Dónde estoy? –le devolvió la pregunta, desconcertada.

El señor pareció incomodarse.

–Verás… Ayer recibimos la encuesta que realizaste y, tras un análisis exhaustivo,  llegamos a la conclusión de que sufres graves trastornos psiquiátricos. 

–¿Qué? –pronunció–. Eso no es posible. ¿Y qué es lo que me pasa?

–Te lo diremos más tarde, en la consulta. 

Se fijó en que aquel hombre portaba una carpeta que, sospechó, contenía la información sobre su trastorno. Entonces no dudó en darle un golpe al afiche, provocando que los papeles se desparramaran por la habitación. Antes de que los guardas la retuviesen, logró ver el examen psicológico que supuestamente había realizado. Le sorprendió descubrir que en el espacio en el que debería aparecer su nombre, se leía el de una tal Claudia Gonzalez.

–¡Esta encuesta no es mía! –gritó–. Me han confundido con otra persona. 

El hombre se limitó a mirarla con displicencia, antes de abandonar la habitación.

Cuando volvió a quedarse sola, se convenció de que aquello era absurdo, de que se trataba de un error. 

<<Yo estoy bien>>, se dijo. <<¿Qué habría podido llevarme a desarrollar un trastorno?>>.

De repente, cayó en la cuenta de la muerte de sus padres en un accidente de tráfico. ¿Podría haberla afectado hasta semejante punto? Se asustó, pues no recordaba el año posterior a aquel triste suceso. Entonces fue consciente de que había lagunas en su vida que no era capaz de completar.

<<Estoy cansada>>. 

Decidió tumbarse y se quedó dormida.

***

La despertó el sonido de la cerradura. Cuando abrió los ojos, otro hombre la observaba detenidamente. 

–¿Quién eres?– le preguntó mientras se incorporaba, aunque presentía que se trataba de un psiquiatra.

–Buenos días Claudia –le respondió–. Soy tu especialista, y vengo a hablar contigo para determinar cómo debemos tratar tu trastorno.

–No me llamo Claudia –saltó–. Me están confundiendo con otra persona.

–¡Ah, claro!... Perdóname –dijo con gesto de comprensión–. Sé que para ti nada tiene sentido, pero dentro de poco lograrás colocar todas las fichas de tu confusión.

Aquello la dejó desconcertada. 

–Estoy sana, completamente sana –se puso en pie–. Y cuerda, completamente cuerda. 

–Vamos, no te pongas nerviosa –el psiquiatra decidió abandonar el cuarto.

***

Dos horas después volvió a escuchar unas voces detrás de la puerta. Se acercó de puntillas, para descifrar de qué hablaban.

–Habría que decírselo –comentó un hombre–. Tiene derecho a saberlo.

–Pero, ¿crees que lo va a entender? Se encuentra muy alterada –le respondió una voz distinta.

–Lo mejor es que nos enfrentemos al asunto –le replicó–. Y que ella también lo haga.

Regresó a la cama de dos saltos, para disimular que se encontraba dormida. Escuchó de nuevo el sonido de una llave en el bombín e hizo que se despertaba, al tiempo que dos médicos entraban en la habitación.

–Buenas tardes –le sonrió aquel al que había visto hacía un rato–.  Queremos que sepas que, gracias a esta medicación –le mostró un bote lleno de píldoras de color naranja–, podrás llevar un vida totalmente normal. 

–Pero… ¿qué me sucede?

–Escucha –el médico dibujó una sonrisa–: superar la muerte de ambos padres es algo extremadamente difícil para una persona de tu edad. Por eso, el cerebro genera vías de escape. 

–¿Es ese mi trastorno?

–En efecto –continuó hablando con dulzura–. Tienes un trastorno de múltiple personalidad. Tu cerebro ha generado otras personalidades en tu interior, para combatir el altísimo estrés que has padecido. Como te habías vuelto una muchacha totalmente impredecible, temíamos que esos cambios fueran signos de una psicopatía.

En ese momento todo empezó a encajar: el nombre que figuraba en el test, no recordar nada de lo que sucedió tras el accidente de sus padres, despertar en el hospital…  Por fin iba a ser ella misma.