IX Edición
Curso 2012 - 2013
El traje nuevo del emperador
Teresa Gómez Gómez, 15 años
Colegio Ayalde (Bilbao)
Aquel jueves volvía del colegio por el camino habitual. Caminaba a lo mío, como siempre, sin fijarme en lo que sucedía a mi alrededor. Pero de repente me sorprendió una vocecita chillona, a unos metros por delante de mí.
-Mira, mamá… ¡Una chica desnuda!
La que hablaba era una niña, quizá de cinco años. Iba cogida de la mano de su madre y señalaba el escaparate de un centro de depilación-láser. En el escaparate se veía la fotografía de una mujer, de cadera para arriba. La imagen medía unos dos metros de largo y la modelo tenía los brazos estratégicamente cruzados sobre el pecho. Efectivamente, no llevaba nada de ropa. Y sonreía al mundo, como si estuviese orgullosa de aquel atrevimiento.
Me vino a la cabeza el cuento del emperador vanidoso, aquel que se paseaba desnudo por su ciudad, convencido de vestir las más suntuosas telas. Recordaréis que sus súbditos, por temor, alababan un traje que no existía.
Siempre me he reído con esa historia, por el ridículo del rey. Sin embargo, ¿está tan lejos de la realidad? Y es que lo vivimos todos los días y a todas horas: en televisión, Internet, sobre las vallas publicitarias... Nos asaltan imágenes de gente que exhibe el cuerpo como si luciera una verdadera tela maravillosa. Y lo peor es que apenas a nadie le parece absurdo. Admiramos esas imágenes, igual que los súbditos aduladores admiraban a su rey bobo. La única diferencia es que mientras ellos lo alababan por miedo, nosotros lo hacemos por convencimiento, ya que anhelamos poseer un cuerpo parecido.
Sólo un niño, con su verdad, fue capaz de sacar al soberano de su estúpida convicción y hacerle abochornarse. Lejos de las influencias del miedo o la presión exterior, para el niño aquello era un sinsentido: ¿por qué va nadie a pasearse desnudo y, encima, sentirse orgulloso?
No llegué a oír la respuesta de la madre, pero vi como ambas seguían su camino. Yo, sin embargo, me quedé frente al escaparate. Una chica desnuda... Realmente ridículo.
Deberíamos escuchar más a los niños.