XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Entre páginas 

Mar Dolz, 16 años

Colegio Iale (Valencia)

Siempre me he encontrado atrapada en el limbo de ser una niña “muy madura para su edad” y una “ratita de biblioteca”. Probablemente no sea la única joven en esta posición, por lo que no me considero distinta por ello, pero a la mayoría de los adolescentes que amamos la lectura nos critican por tener una afición distinta a la de la mayoría, a la vez que los adultos nos halagan por tener el empeño de leer cada día, sin tener en cuenta que no lo consideramos un esfuerzo ni una simple faena. 

Nunca he requerido de una especial fuerza de voluntad para levantarme y coger un libro. Nunca he preferido ver la televisión, o salir a practicar algún deporte ante la oportunidad de sentarme en mi habitación con un buen libro sujeto entre mis manos, para leerlo hasta saciarme. Quizás a algunos les resulte rara o piensen que miento, pero ese no es mi problema. 

No quiero decir que jamás haya sentido rechazo hacia un libro o hacia la lectura, pues de pequeña era incapaz de comprender el significado de aquellas letras unidas, que para mí se asemejaban a los jeroglíficos egipcios. Y como todos, he sufrido bloqueos lectores al no encontrar una nueva novela que me gustara.

Aquella etapa de mi infancia la superé a los siete años, cuando empecé con las obras de Michael Ende, que devoré cada una en un solo día y sin preámbulos. Es decir, no tardé en apostar por la fantasía, género que me apasionaba. También me llegaron obras de autores españoles, destacados o no. Leía en la escuela, en el coche, en restaurantes… siempre tenía un libro abierto. Pero reconozco que me faltaba algo, pues me sentía incomprendida, ya que nadie de mi edad compartía mis pasiones. Entonces empecé a sufrir aquel bloqueo lector que acabo de mencionar, lo que me causaba ansiedad y mucha incertidumbre acerca de mis verdaderas aficiones. 

Por suerte, solo fue una etapa que duró unos meses. Terminó cuando me apunté a un club de lectura que se reunía todos los viernes en la biblioteca mi pueblo, en el que vecinos de mi edad compartían los mismos intereses, las mismas pasiones y tenían la misma visión de la vida que yo. Gracias a ellos descubrí nuevas novelas. “1984”, de Orwell, fue mi mejor descubrimiento y es mi libro favorito hasta la fecha, pero también me bebí clásicos que me apasionaron. 

Un cierto momento histórico terminó por llamar mi atención: la Segunda Guerra Mundial. Empecé a profundizar sobre esos años terribles durante un viaje que hice a Ámsterdam a los doce años. Hoy, a mis diecisiete, me sigue conmoviendo. 

La lectura amplía mis conocimientos y mis horizontes, me ayuda a encontrar una forma distinta de ver la vida, de inteligir la Historia. Algunas obras son tristes, sí, pero también son un aprendizaje, pues reconstruyen las épocas en las que vivieron nuestros antepasados. No obstante, quiero seguir ampliando mis intereses: he empezado a leer Filosofía, los libros de los grandes autores sobre los que aprendemos en el colegio: Platón, Freud, incluso Kant, aunque tenga un pensamiento más complicado. 

Es indubitable que leer es una de mis grandes aficiones y un compañero de vida.