XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Feliz cumpleaños 

Lourdes Rossy, 17 años

Colegio La Vall (Barcelona)

(43 minutos). Un hombre trajeado y bien abrigado se adentró al primer vagón, al que llegó cuando las luces rojas de las puertas avisaban de que estas se iban a cerrar. Acababa de salir de una tediosa reunión, que se había alargado más de una hora. Llevaba consigo una caja con el sello de una pastelería, y la sujetaba con una mano mientras se apoyaba en la puerta del tren, ya cerrada, mientras recuperaba el aliento.

Desplazó la vista por el vagón, en busca de algún sitio disponible. Cuando logró localizarlo, no dudó un segundo en desplomarse sobre la tapicería. Ni siquiera se molestó en suprimir la sonrisa que se le formó cuando se dio cuenta que estaba situado junto a la ventana. Le gustaba ver el paisaje.

Sacó sus auriculares, buscó su balada favorita y decidió prestar atención al resto de los viajeros con los que compartía el vagón. (41 minutos). No sólo los miró; los analizó meticulosamente al tiempo que inventaba historias en su cabeza. En ellas se imaginaba de donde venían, a dónde se dirigían, a quién estaban escribiendo los que tecleaban el móvil.

Una mujer de aire estrambótico dibujaba vestidos en una libreta. Y había un hombre que debería dejar el tabaco, dada la fuerza y la continuidad de su tos. También se trasladaba un universitario, que realizaba cálculos en un cuaderno. Y un anciano que portaba una bolsa de la compra. No pudo evitar entristecerse. De habitual se le despertaba una pena al cruzarse con gente mayor que realizaba, sin ayuda, alguna actividad cotidiana. No podía evitar el pensar en un escenario trágico donde se habían quedado solos, al perder al amor de su vida.

Fijó su atención en una pequeña niña. Mientras su madre permanecía ocupada con un ordenador portátil, ella garabateaba caras en las siliconas protectoras de las puertas del tren.

Miró su reloj. (27 minutos). <<¿Ha pasado tanto tiempo?>>. Se sobresaltó al mirar por la ventanilla y comprobar sus sospechas. El tren acababa de llegar a su destino. A toda prisa tomó la tarta con una mano y se dirigió hacia la salida, no sin antes dedicarle una sonrisa a la pequeña. <<Espero que un día sea una artista de talla mundial>>.

Salió al andén y se cerraron las puertas. (26 minutos). Justo en ese momento le sonó el teléfono. Decidió romper su regla: “Nada de llamadas en el tren”, y respondió.

–Oye, Jaime. Sé que me dijiste que el informe estaba encima de tu mesa, pero es que…

Colgó antes de que aquella persona terminara la frase.

–¡Menuda manera de hacerme perder el tiempo! Y, además, en el día de hoy –murmuró dirgiéndose a nadie en particular.

Abandonó la estación para encaminarse calle arriba, consicente de que estaba ignorando más llamadas y mensajes de sus compañeros de la oficina. (24 minutos). Había decidido no atenderlas, pues no podía llegar tarde a la fiesta que él mismo había organizado.

Tan ensimismado estaba en su mundo, que no se percató de que había llegado a su destino. Miró el reloj. (13 minutos). Abrió el portal y entró en el edificio, para luego subir tres pisos de escaleras. Una vez arriba, giró la llave en la puerta de su lujoso apartamento.

Miro el reloj. (Quedaban 7 minutos). Aún tenía tiempo. Se encaminó a la cocina y se puso a preparar la tarta, las velas, los platos, los cubiertos. 

Fue al salón y encendió la televisión mientras esperaba. Había colocado la tarta de cumpleaños en la mesa que había delante de él. Escogió el canal 4, el único que no había borrado de su televisor. Justo cuando el temporizador del reloj llegó a cero, miró a la mujer que daba las noticias:

–Y eso ha sido todo. Espero que pasen un buen fin de semana, y en el caso de que haya algún cumpleañero viéndonos, que pase un feliz día, sople las velas y pida un deseo. Nos vemos de nuevo mañana, a las nueve de la noche. 

Jaime sonrió, sopló las velas y se sirvió un trozo de pastel mientras canturreaba:

–Feliz cumpleaños para mí.