IX Edición
Curso 2012 - 2013
Hacia las nubes
Marta Osuna, 14 años
Colegio Monaíta (Granada)
-Volar… -susurró Wendy con una sonrisa. Ella siempre esbozaba una sonrisa.
Cuatro niños yacían en la hierba, observando el cielo, que aquella mañana se había llenado de juegos y aventuras sobre princesas y caballeros, piratas y abordajes, magia y deseos, pero el día llegaba a su fin.
María, que pese a sus siete años aseguraba ser lo suficientemente mayor como para encontrar a su príncipe azul, había lanzado al aire una pregunta:
-¿Cuál es vuestro sueño más secreto?
Carlos y Fernando, coincidían en que conseguir salvar el mundo de una amenaza alienígena estaría bien, aunque si en un futuro se inventaban los “coches voladores”, la trayectoria de sus sueños cambiaría.
Todo eso a María no le convencía, ella soñaba con ser una princesa. Y con el baile, por supuesto. Pero aquellos sueños se interrumpieron por la firme voz de Wendy, que había permanecido callada hasta entonces.
-¿Para qué necesitas volar, Wendy?- preguntó Carlos sin dejar de examinar las aves que surcaban el cielo.
-Bueno… no me digáis que nunca habéis querido navegar por el inmenso cielo, dejarte mecer por los vientos sin importar a dónde te lleven, ver lugares exóticos -suspiró-, aunque ese no es exactamente el por qué. Para que lo comprendáis, os pondré un ejemplo -dijo con entusiasmo-. ¿Veis aquellas nubes?
Carlos y Fernando intercambiaron una mirada. Tratándose de Wendy, sabían que aquella pregunta les conduciría a un nuevo juego. Así que dirigieron la vista al jirón vaporoso que colgaba del cielo.
Wendy sonrió. Pero entonces sus pensamientos volaron sin previo aviso hacia otra parte. Recordó a su padre: “Ya mismo cumplirás diez años. Pronto serás una chica mayor y dejarás de hacer tonterías”. Cerró los ojos. No quería crecer. Tenía miedo a llenarse la cabeza con las preocupaciones de los mayores.
-¡Es otro juego! ¿verdad, Wendy? -preguntó María señalando la nube.
Wendy asintió volviendo a la realidad.
-En las nubes podemos ver reflejado lo que deseamos como si fueran un espejo –les explicó-. Ya veréis la de cosas que descubrimos.
-Yo veo un caballo -señaló Carlos por encima de sus cabezas-. De mayor seré el caballero del rey y tendré mi propio corcel -. Levantó los brazos mientras se imaginaba vestido con una armadura, empuñando una espada.
-¡Qué va! ¡Eso es un pez!- replicó Fernando mientras todos emitían una sonora carcajada. Se rascó sus rizos pelirrojos-. A lo mejor soy pescador.
-Pues yo veo un sombrero. No, esperad… ¡Es mi príncipe!
-¿Qué ves tú? -se atrevió a preguntar Carlos.
-Yo veo una nube todos la miraban esperando una explicación-. Mi sueño es volar tan alto para llegar hasta las nubes. Desde ahí veré los sueños de todas las personas.
La madre de Wendy les anunció que la comida estaba lista.
Los cuatro niños se levantaron pesarosos; querían seguir jugando. Querían volver a correr aventuras y encontrar tesoros escondidos. Querían dejar su imaginación volar tan alto como las nubes de sus deseos.
Wendy se percató de algo que le hizo reír. Tal vez se haría mayor, pero nunca dejaría de divertir a sus amigos. No perdería sus sueños, ni su sonrisa. No necesitaba ser pequeña para ello. Sí, definitivamente se encontraba lista para una nueva aventura.
-¡Wendy! ¡Vamos a comer!- gritó Carlos, fijándose en que se había quedado rezagada.
-¡Un momento! Id vosotros.
Los tres niños asintieron y echaron una carrera.
Cuando Wendy pensó que estarían lo suficientemente lejos, se acercó al fondo del claro y se agachó. Con una mezcla de nerviosismo y timidez, fijos los ojos en el alargado tallo que cuidadosamente acariciaba, musitó en voz baja:
-Vamos arbolito…, crece hasta las nubes
Sintió una suave brisa que agitó el bosque. Era el aire de la primavera que, a su vez, trajo consigo el aire del verano y así, sucesivamente, año tras año.
Desde el avión, una pequeña niña de diez años, rubia y con ojos azules y traviesos, observaba a la azafata, sus largos mechones castaños y la manera con la que miraba las nubes desde la ventanilla, como si quisiera estar lo más cerca posible de ellas. Observó el brillo travieso que tenían sus ojos. “Parece una niña, como yo, vestida de alguien mayor como los demás”, pensó.
La niña miró también tras el cristal. Le gustaban los viajes en avión. Giró la cabeza hacia la azafata y leyó “Wendy” en su pechera. Advirtió que le sonreía desde lo lejos y, acto seguido, volvía a echar un vistazo por la ventanilla, invitándola a mirar también. Maravillada, escrutó su mirada en la lejanía y encontró un alto roble rodeado de niños.
Rió ante aquel espectáculo. Iba a ser un vuelo de lo más entretenido.