IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Injusta apreciación musical

María Santaolalla, 15 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

¿Cómo sería la vida sin música? No me refiero a esa música moderna, fabricada por ordenador, con la que algunos pocos saltan a la fama sin mérito alguno, sino a la música de verdad, la que logra que se nos pongan los pelos de punta, se nos estremezca el corazón y se nos despierte la envidia por aquellos que manejan delicada y dulcemente los instrumentos, hasta producir acordes casi divinos.

Por desgracia, hoy la música instrumental se valora poco. El gusto por lo clásico ha ido decayendo y parece que no se hace nada para evitarlo. Entiendo que los gustos deben ser variados, pero hay un mínimo que todos debemos conocer: alguna sinfonía de Beethoven, Mozart o Tchaikovski, el “Baby you can drive my car” de los Beatles, el “Thriller” de Michael Jackson o cualquier pieza de rock & roll de Jerry Lee Lewis.

En cambio, los jóvenes optan por las canciones discotequeras, el tecno, el reggaetón y otros muchos “géneros musicales” en los que se repite un ciclo determinado con una melodía rítmica y pegadiza, apenas sin mérito de composición y que resulta fácilmente vendible.

Esta contaminación produce un sentimiento de rechazo hacia los verdaderos músicos. El público apenas se interesa por las carreras musicales de mérito. Por eso, cuando llega la hora de saltar a la fama, los intérpretes ocupan un segundo plano (como pasó en el programa de “La voz” -parecido al de O.T.-, en el que un grupo experimentado de músicos se escondía tras unas telas, detrás del escenario, tocando ininterrumpidamente tema tras tema, mientras los candidatos cantaban y se llevaban todos los laureles).

Casi nadie nace con un gusto musical exquisito. Hay que educar el oído, la querencia hacia las cosas bellas, desde que somos pequeños. De lo contrario, acabamos viviendo en una monotonía de lo feo, pues la música realmente bella y armónica no tiene espacio en nuestros días.