XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Invierno letal

María Artacho, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)    

Steven Conors murió el siete de enero del 1864.

Era de noche y, a causa de la niebla, las farolas apenas iluminaban las calles vacías de

las afueras de Londres.

Un hombre echó a correr hacia su casa con un maletín en la mano. Su mujer acudió a la puerta para recibirle. No se esperaba descubrir una versión tan pálida del rostro de su esposo.

—Steven, ¿qué te ocurre?

Por respuesta él la cogió por los hombros y la zarandeó.

—¡Se está cumpliendo el plazo que ella nos dijo! Se cierne sobre mí y no puedo hacer nada para evitarlo.

Brittany, desconcertada, quiso preguntarle a que se refería, pero, sin previo aviso, él la besó.

—¡Te quiero!

Sin esperar a que ella reaccionara, Steven se encerró en su despacho.

—Que nadie me moleste —le pidió—. Tampoco tú.

A la mañana siguiente su cadáver yacía sobre la alfombra de aquella habitación.

***

Hecha un mar de lágrimas, le contó lo sucedido a la policía: todo lo que su marido había hecho y le había dicho la noche anterior. Al llegar a la parte en la que él se refirió a la misteriosa mujer y al plazo, los agentes de policía bajaron la cabeza. Uno de ellos se frotó los ojos con los dedos. Desconcertada, preguntó:

—¿Ocurre algo? —. Al no obtener respuesta, insistió: —¿Saben por qué ha muerto mi marido?

El jefe de la policía la tomó por las manos.

—Señora, le aseguro que me duele mucho tener que ser yo quien tenga que informarle de lo siguiente…—. Brittany iba a decir algo, pero el policía la interrumpió con la mano—. Hace dos meses detuvimos a una vidente que se hace llamar Antoinette Virale. La esposamos después de que tratara de estafar a un grupo de personas que creían que era una parapsicóloga. Acudían a ella con frecuencia, y le pagaban considerables cantidades de dinero. Lamento decirle que Steven Conors, su esposo, estaba entre ellos —. Britanny abrió la boca, pero él volvió a interrumpirla—. Antoinette anunció que durante las dos primeras semanas de enero aquellos que habían tenido el valor de denunciarla morirían, a no ser que retiraran sus acusaciones.

Hubo un momento de silencio.

—Entonces, eso quiere decir… —se aventuró la señora Conors.

—Sí —respiró profundamente—. Su marido es la octava víctima de la profecía de la vidente.

El agente agachó la cabeza.

Tres meses más tarde, un tribunal condenó a muerte a Virale por fraude y el asesinato de las doce víctimas de la profecía, con Brittany Conors como cabeza de la acusación. Fue ajusticiada en la horca, el siete de julio de 1864.

Desde entonces, unas extrañas muertes tuvieron lugar a principios de cada año en algunas ciudades de Reino Unido. Los desesperados gritos de las mujeres que perdían a sus hijos se elevan junto al alba, anunciando al resto de ingleses que para ellos había doce meses de relativa tranquilidad. Las familias se atrincheraban en sus viviendas en un vago intento de no ser las siguientes víctimas. El tres de enero del 1890, tras la muerte de Brittany Conors, se rompió aquella maldición.

Aunque se declaró un día de luto, al pueblo se le notaba aliviado; ya no tenían nada que temer.