XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La avioneta 

Lucas Duncan Shewan, 13 años

Colegio El Prado (Madrid)

Tal era su hambre que aceptó la lata sin siquiera mirarle. Se comió una sardina de dos bocados, manchándose en el acto.

–Cuidado –le dijo el hombre–; comiendo tan deprisa, te va a sentar mal.

–Ya nada me puede sentar mal –dijo Juan con la boca llena–. Estoy destrozado, con cortes y quemaduras; nadie más ha sobrevivido al accidente.

Mientras Takehiro sobrevolaba el mundo, un avión había caído en picado, dando un salto y partiéndose en dos.

Takehiro, tras descubrir una columna de humo desde su propia avioneta, había aterrizado y corrido en busca de alguien con vida para intentar salvarlo.

Juan se despertó: tras el fuerte golpe había perdido la conciencia. Se alarmó al ver la nave desgajada y en llamas. Se apresuró a quitarse el cinturón de seguridad y salió a trompicones. Notó un dolor en la pierna izquierda, pero lo pasó por alto, ya que tenía miedo a lo que pudiera ser. No obstante, su cerebro insistió y acabó viendo su pierna con sangre, quemaduras y cortes. Al ver que el resto de pasajeros yacían sin vida, salió corriendo para no acabar como ellos. Escuchó un ruido, como de una avioneta, aunque decidió ignorarlo. Se durmió y se despertó varias veces. Mientras tanto, el fuego, aún lejano, empezó a propagarse.

Se despertó sobresaltado por el calor de las llamas. Se puso en pie y comenzó a correr. Cuando llegó a la entrada de un bosque, se detuvo. Aunque le daba miedo entrar, por  lo que pudiese albergar, tuvo que tomar una decisión: atravesó el bosque como alma que lleva el diablo. Al otro lado, el panorama era distinto y no se veían llamas. Cansado después de tanto correr, examinó su cuerpo y recordó su seca garganta.

Buscó un arroyo, pero no encontró ninguno. Empezaba a notar la fatiga que acompaña a la deshidratación. Además, las heridas le torturaban. Decidió que encontraría agua en otro momento y se fue a dormir. Era mediodía.

Chispeaba. Se despertó mojado y hambriento pero decidió beber del agua de la lluvia.  Esto aplacó su sed y se puso a pensar sobre su vida. Tras cinco años en paro, acababa de encontrar trabajo en Alemania, donde tenía un buen amigo. Durante una semana había hablado con él y habían hecho planes juntos. Juan estaba entusiasmado y lleno de esperanza ante la que iba a ser su nueva vida en Alemania. Sabía muy bien el idioma, lo que era una gran ventaja. Viajaba a los Estados Unidos, para contarle la noticia a otro amigo. Pasó el día recordando su infancia: a sus amigos y su familia. Años atrás, se había enfadado con ellos. Aunque había reparado esta fracturada relación, no era como antes.

Exploró el terreno y avistó un pequeño arroyo. Bebió de él hasta saciar su sed y se fue a dormir. Antes, dio gracias a Dios por la Creación y se maravilló ante su perfección. Sin embargo, aún no sabía cómo escapar de este lugar y sus cortes y quemaduras empezaban a infectarse, así que Le pidió ayuda.

Le tocaron un hombro y un señor de rasgos orientales le ofreció una lata de sardinas. Hambriento, la aceptó sin mirarle y engulló un pescado. El hombre, callado y serio, le pidió que se levantara y, sin previo aviso echó a correr, ejercicio que para Juan era casi imposible. 

El extraño se detuvo en una roca, se sentó y se presentó. Se llamaba Takehiro y provenía de Japón. Estaba sobrevolando el mundo en su avioneta y le contó sobre aquella columna de humo que había visto. Tras descender en una llanura, había llenado su bolsa con comida y se había marchado en busca de algún superviviente. Juan comprendió por qué escuchó la avioneta la noche anterior. Decidieron que se irían juntos a los Estados Unidos. Una vez Takehiro desinfectó las heridas de joven, se marcharon de la isla, que –se enteraría más tarde– se llamaba Martha 's Vineyard.