IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

La caza de la madurez

Javier Taylor, 15 años

                  Colegio Tabladilla (Sevilla)  

Emoción fue lo primero que sintió el joven Traiyú al despertar. Al fin había llegado el día; llevaba meses preparándose y ahora veía salir el sol, más rojo que nunca. Sentía que su vida iba a cambiar a partir de ese amanecer.

Fue a la pradera y se pasó todo el día concienciándose de su próxima tarea. Al atardecer regresó al poblado masai; iba a comenzar el ritual.

Todo el poblado estaba reunido alrededor de una gran hoguera. Los hombres cantaban y bailaban salvajemente antiguas canciones tribales. Así recibieron a Traiyú. El jefe de la tribu salió a recibirle.

– Toma tu arma –le dijo mientras le alargaba una lanza– y alcanza con ella la madurez.

Todo fue muy rápido: su madre, entre lágrimas contenidas, le abrazó con fuerza y su padre le dirigió una reconfortante mirada.

Poco después estaba solo en la oscuridad de la noche, sin más compañía que su lanza y una cantimplora con agua. Era su primera noche solo en sus catorce años de vida y la soledad le oprimía el corazón. Le entraron ganas de llorar, pero no lo hizo. Tenía que aguantar, tenía que conseguirlo.

Caminó a la luz de la luna hasta el río. Más allá se alzaban, desafiantes, las tierras salvajes.

Metió un pié en el agua. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Apretando los dientes y sujetando con firmeza su lanza, atravesó el río a nado. Así llegó a las tierras salvajes.

Entonces sintió miedo. Ya no podía echarse atrás. Si quería regresar a casa, tendría que hacerlo con la piel de un león después de enfrentarse a sus miedos. Solo una idea le ayudaba a seguir adelante: la admiración por los guerreros masai. Así pues, se adentró en aquellas tierras sombrías.

Se detuvo al rato de caminar. Algo le intrigaba. Escudriño la oscuridad y entonces lo vio. Dos ojos brillantes que le miraban fijamente. Aterrorizado, echó a correr. Sentía la presencia del león, que se había lanzado en su persecución.

Pronto llegó al río. Traiyú sabía que no podía volver con las manos vacías, así que decidió darse la vuelta y enfrentarse a la fiera, pero resbaló y cayó al suelo.

El león se precipitó sobre él. Traiyú alzo su lanza y todo se volvió negro.

Orgullo, eso es lo que sintió al tiempo que entregaba la piel del león al jefe de la tribu entre los vítores de los masai.

Traiyú había alcanzado su madurez. Ahora era un guerrero.