XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

La cocina

Julia Nieto, 16 años

                  Colegio Zalima (Córdoba)    

Ser una cocina no es tarea fácil. Como somos la habitación más transitada de la casa, nos enteramos de la mayoría de las cosas que suceden en ella: conversaciones al teléfono, riñas, reconciliaciones, planes...

En mi caso, soy una cocina muy utilizada, con muchos años de experiencia. Así que me ha pasado de todo:

Un mes después de la construcción de la casa de la que formo parte, vinieron a vivir unos recién casados. Apenas utilizaban mis fuegos durante la semana, ya que trabajaban fuera y no venían a comer, así que el único momento del día en el que les veía la cara era en el desayuno, De lo dormidos que estaban le echaban sal a la tostada en lugar de azúcar, se olvidaban de poner agua en la cafetera... Nunca vi semejante catástrofe.

Los fines de semana venía la madre de ella, a la que le encantaba cocinar. Encendía y apagaba el fuego, colocaba una sartén, freía unas croquetas... Les hacía platos y más platos para el resto de la semana.

Fue una pena que a él su empresa le trasladara a otra ciudad. Recogieron los muebles (incluso el frigorífico, con quien hice tan buenas migas). El piso se quedó completamente vacío.

A los tres meses llegó una familia con dos niños. Estuvieron muchos años conmigo y me hicieron aprender muchas cosas. Me siento muy orgullosa de haber ayudado a criar a esos pequeños. Les he visto crecer y les he alimentado. Eso sí, cuando se iban haciendo mayores tuve que tragarme muchas discusiones: que de dónde vienen esos suspensos, que si no me separas la ropa de color de la blanca, que si aquellos chicos son una mala influencia para ti, que si agáchate a recoger lo que has tirado... Pero no todo han sido riñas; la mayoría han sido buenos momentos, como cuando preparaban la cena de Navidad o cuando la madre probaba nuevas recetas.

Desgraciadamente, se tuvieron que ir.

A los pocos meses aparecieron tres muchachos, que se habían mudado a la ciudad para estudiar.

Los acepté de buen grado, dispuesta a darles lo mejor de mí, pero solo me utilizaban para acumular los cartones de las pizzas y la vajilla sucia. Menos mal que, de cuando en cuando, tenían vacaciones y regresaban a sus ciudades. Necesitaba aquellos respiros para no volverme loca.

Ahora me sigue ocupando uno de esos tres chicos, que se ha quedado a vivir en la ciudad. Se ha vuelto más responsable: me cuida, me usa y me limpia. No me puedo quejar.

Una vez oí: <<¡Si las cocinas hablaran!>>. Lo que no saben es que podemos hacerlo.