XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La conversación
pendiente 

María Guadalupe Barrau, 14 años

Colegio Sierra Blanca (Málaga)

“Gabriela Aguilar

2008-2024

Fue muy fácil quererte.

Será imposible olvidarte”.

Cuando abrió los ojos, Gabriela se dio cuenta de que todas las miradas estaban puestas en su nombre, grabado en aquella lápida. Ella lo veía todo desde adentro, y se preguntaba cuál podría ser el motivo de aquella expresión común de dolor. Muchas de aquellas personas lloraban, lo que la entristecía porque ella se sentía bien.

Reconoció a alguien que se había colocado lejos, bajo la sombra de unos cipreses, y que de pronto apartó la mirada como si supiera que ella lo observaba. Entonces, la mente de la adolescente se inundó con una catarata de recuerdos llenos de dolor y amor a un mismo tiempo. 

Fue días atrás. Gabriela y Álvaro caminaban de vuelta del colegio por las calles de Madrid. Los coches circulaban de un lado a otro y soltaban pitidos, pero el ruido no les importaba, acostumbrados al bullicio del centro de la ciudad. Emma y Hugo, los hermanos de la chica, les esperaban en casa para que les ayudaran a cocinar la cena. En realidad, Hugo solo se dedicaría a mirar, ya que solo tenía cinco años. 

Gabriela y Álvaro se habían conocido tres años atrás. Desde entonces, lo eran todo el uno para el otro. Se necesitaban, se divertían, se contaban sus problemas. Sin embargo, al menos hasta aquel momento, solo eran amigos.

Cuando llegaron, los hermanos de Gabriela estaban en la cocina con todos los ingredientes preparados. Cuando, dos horas después, sacaron la fuente del horno, se sintieron muy satisfechos de su trabajo. 

—¡Qué bien huele! —exclamó el padre de la muchacha, frotándose las manos. 

Se sentaron a la mesa. Cuando acabaron con el postre, los padres se fueron a dormir. Emma, la mayor, no tardó en meterse en su habitación y Huguito se quedó dormido en el sofá. Álvaro le ayudó a Gabriela a meterlo en la cama. 

Una vez solos, el chico comenzó a recorrer el salón con una mirada nerviosa. 

—Gabi, tengo algo que contarte —le anunció. 

—¿Qué pasa? Pareces preocupado.

Entonces, Álvaro le confesó su amor.

–No puedo seguir callándomelo. 

Gabriela bajó los ojos.

—Creo que lo mejor será que vuelvas a casa –le pidió–. Es muy tarde para ponernos a hablar de estas cosas. Te prometo que mañana charlaremos tranquilamente del asunto.

En cuanto Álvaro salió de la casa, la chica se tumbó en el sofá y cerró los ojos, inquieta por pensar que aquella declaración pudiera dañar su amistad, pues ella no estaba segura de quererle de la misma manera. Mientras caía en un sueño profundo, su corazón palpitaba cada vez más rápido, hasta el punto de parecer que iba a romperse. 

A la mañana siguiente, Álvaro decidió presentarse en la casa de Gabriela. Apenas había conseguido pegar ojo y se sentía muy nervioso ante la incógnita de cuál podría ser la respuesta de su amiga. Le sorprendió un tumulto junto al portal. Había una ambulancia y algunos coches de policía. Echó a correr con un mal pálpito. Junto a la ambulancia estaban Emma y su madre, rotas en llanto. 

—¿Qué ha pasado? —les preguntó a gritos, cuando los agentes le impidieron el paso.

Emma se acercó a donde estaba. 

—¡Gabriela ha muerto! —le dijo entre hipidos—. Ha tenido que ser un infarto. Mamá se la ha encontrado hace unas horas en el salón. No ha podido hacer nada por salvarla.

Álvaro no encontraba las palabras. Dio media vuelta y se alejó a la carrera. Dominado por la angustia, recordó la voz de su amiga cuando la noche anterior le pidió que se marchara. Se culpó a sí mismo por no haber notado nada raro en ella que presagiara semejante desenlace. 

A la mañana siguiente se celebró el entierro. Había mucha gente alrededor de la tumba. Pero Álvaro no era capaz de mirar la lápida. Sabía que ella le observaba, aunque no pudiera verla, y que era la única que conocía la verdad: la misma noche que le había revelado sus sentimientos, Gabriela había muerto. 

Gabriela se compadecía de él. No quería que cargase con aquella culpa el resto de sus días. En un último deseo, pidió a Dios que le ayudara a olvidarla.