XII Edición
Curso 2015 - 2016
La decisión
Francisco Rubio, 17 años
Colegio El Romeral (Málaga)
—Tenemos que hacerlo; es lo mejor para nosotros… para nuestro futuro.
Sara estaba sentada y miraba con angustia a Federico mientras apretaba un palito entre las manos. Federico, avergonzado por sus razones y cabizbajo con tal de evitar el contacto visual con ella, volvió a dejar clara su postura en el asunto:
—¿Qué sería de nuestras vidas, de nuestras carreras? ¿Qué sería de nosotros? —insistió—. Somos demasiado jóvenes. ¿Dónde quedarían las fiestas y la diversión?... Además, ¿qué dirían tus padres? Los míos sé que me matarían.
Sara asintió con la cabeza. Conocía perfectamente las consecuencias en el caso de que no interrumpiera su embarazo: era posible que ambos tuviesen que dejar sus estudios y ponerse a trabajar para sacar adelante al niño. Incluso sería más prudente que se casaran… Desde luego, lo último que quería era acabar sin aspiraciones profesionales, sin estudios. Con un impulso se puso en pie, salió de la habitación y cogió el teléfono para pedir cita en el consultorio de la Seguridad Social.
Concertada la cita a la semana siguiente, los días anteriores se convirtieron en un infierno para ella, por cuánto ponían en juego con aquella decisión. Pero Federico permanecía a su lado, para consolarla. Él tenía miedo, mucho miedo.
El médico que les atendió le explicó los riesgos de la intervención y derivó a Sara a una de las clínicas especializadas en realizar abortos. Los novios pensaron en varias mentiras —como que tenían necesidad de pagar unos libros, así como ropa— para reunir el dinero necesario para salir de aquel paso. Los padres de ambos se lo dieron con inocencia.
Llegó el día y la hora: sólo tenían que entregar la cantidad marcada para realizar la intervención y, en el caso de Sara, pasar por quirófano. Sin embargo, mientras aguardaban a que el recepcionista los atendiera, ella comenzó a llorar.
—¿Qué te pasa? —Federico intentó consolarla.
—¡No quiero hacerlo! —respondió resuelta–. No es la decisión correcta.
—Pero… perderemos nuestra juventud —replicó Federico.
—¿No crees que ha llegado el momento de afrontar las consecuencias de nuestros actos? Quizá podamos compaginar a nuestro hijo con los estudios, no lo sé. Sí que tengo claro que él… —se tocó la tripa— o ella, no es culpable —suspiró—. Vámonos, por favor. No quiero estar un segundo más aquí.
Se cogieron de la mano y se volvieron hacia la puerta. El recepcionista los llamó:
—Perdonen… ¿A dónde van? Pueden pagar la operación y usted —señaló a la chica– prepararse para entrar en quirófano. El doctor la espera; todo está preparado.
Sara le miró de hito en hito.
—Nosotros no lo estamos.
Salieron por la puerta y caminaron, muy unidos, por las calles.
—¿Estaremos listos? —preguntó él.
—Tendremos que estarlo y tenemos todo este dinero para prepararnos —respondió ella.
Sonrientes y cogidos de la mano continuaron su paseo.