XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La elección del periódico 

Ignacio Capapé, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

Me sorprende la facilidad con la que percibo distintos rasgos de comportamiento en los desconocidos, prácticamente sin buscarlo (aunque he de admitir que disfruto haciendo conjeturas acerca de mis semejantes). En sus acciones despreocupadas hay mil detalles que me informan acerca de cómo son, cuáles son sus ideas y de qué modo emplean su tiempo libre. Esta información se me facilita, por ejemplo, en su modo de vestir y peinar, en los adornos que llevan, en los periódicos que hojean o en el tipo de café que se piden. Así, me voy narrando la vida de los demás como si fuera una novela, y sin que nadie se entere. 

Me gusta entrar por las mañanas en bares y cafeterías. Es abrir la puerta y asaltarme mil impresiones, ya que tengo bastante práctica. Reconozco que esas impresiones conforman una mala combinación, pues pueden conducirme a peligrosos juicios de valor. En todo caso, como antes señalaba, una de mis fuentes de información se encuentra en las cabeceras que leen esos ciudadanos, sentados en la barra o en las mesitas de los locales que frecuento. No es que me importe el periódico que escojan, pero le he tomado gusto a interpretar a partir de ese detalle. Es una interpretación algo impertinente, lo reconozco.

Si lo que leen trata de política, sociedad o deportes, y en este caso, son noticias relacionadas con el fútbol, analizo a qué jugadores y a qué equipo dedican más tiempo, lo que resuelve la pista definitiva. A partir de ahí, comienzo a imaginar trozos de la vida de esa persona. 

Mis amigos me comentan que no debo precipitarme a la hora de convertir mis opiniones en actos fidedignos, ya que desconozco en qué condiciones se encuentra quien lee en ese momento la actualidad. Por ejemplo, debería cuestionarme si el diario que tiene entre las manos es el que elige habitualmente, si está o no de acuerdo con lo que transmite o si, en realidad, no sabe mucho acerca de líneas editoriales y ha cogido el primero que tenía a su alcance.

Sin embargo, no voy a hacer mucho caso a mis amigos, ya que fabular es muy divertido y no hago daño a nadie. De hecho, según mi profesor de Lengua, debo sacar partido a esta cualidad, que no es otra que la imaginación puesta al servicio de contar historias. Sé lo que pretende: que empiece a escribir a partir de esos personajes que construyo alrededor de un café, una tostada y un diario. Es sorprendente que esa gente, sin saberlo, vaya a ser protagonista de mis historias.