XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La gran pantalla 

Edgar Francey, 16 años

Colegio IALE (Valencia)

Sumergirse en la experiencia cinematográfica es dejarse llevar por el torrente de emociones que despiertan nuestros sentidos y nos transportan a mundos imaginarios. La sala oscura, la enorme pantalla y el sonido nos envuelven, creando una atmósfera única y mágica. La sala de cine es ese espacio sagrado donde la luz y el arte se entrelazan, y ha sido durante décadas el refugio de los amantes del séptimo arte.

No obstante, en los últimos años ha emergido una presencia diabólica que ha hecho temblar el lugar natural para el disfrute de las películas: las plataformas de streaming. Esas ventanas al mundo audiovisual nos han brindado una comodidad y accesibilidad inmediata sin precedentes, pero a costa de relegar la calidad cinematográfica a un segundo plano. Las audiencias se han fragmentado, los espectadores se han dispersado en la vorágine digital y las salas han sido heridas de corazón.

El cine debe ser mucho más que una simple película proyectada en una pantalla, porque se trata de un disfrute colectivo a una misma vez, de una comunión de risas, lágrimas y emociones compartidas. No se debería perder la ilusión que brota cuando las luces se apagan ni los sentimientos provocados por una cinta que se ve a oscuras y cuyos efectos se extienden por la sala. Asistir a una sala de cine es recuperar el murmullo de la expectación, el eco de las emociones que resuenan en cada butaca y la certeza de que no estamos solos en nuestras reacciones.

Cada sala contiene un sinfín de historias entrelazadas, suspiros y miradas furtivas. Es el escenario perfecto para enamorarse de directores y actores, para descubrir nuevos talentos y dejarse atrapar por la magia de las imágenes en movimiento. Las películas proyectadas en su esencia original, cobran vida con una intensidad inigualable, transportándonos a un universo paralelo donde las emociones se magnifican.

Aunque las plataformas de streaming hayan cambiado nuestra forma de consumir el contenido audiovisual, el cine tiene que seguir ejerciendo de faro en medio de la vorágine digital, para que los argumentos y las tramas de cada película se entrelacen con nuestra propia existencia, sin filtros ni distracciones.

En cada proyección resurge la magia. El mejor ocio inventado del siglo XX se reinventa una vez más, maravillándonos ante la infinita capacidad del ser humano para contar historias. No permitamos que la oscuridad de las salas se apague, que las grandes pantallas se queden en blanco, que los altavoces hagan sordina… En cada destello de luz provocado por una máquina de proyección se encuentra un universo de posibilidades en el que los sueños se hacen realidad.