XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La hoja en blanco 

Ana María Moreno, 14 años

Colegio Montesclaros (Madrid)

Alguien me dijo una vez: <<Un escritor nunca se queda en blanco, porque siempre tiene algo que contar>>.

Muchas veces me he preguntado si es eso lo que busco. Ser escritor, me refiero. Antes pensaba que tenía mucho que darle al mundo, interesantes ideas que compartir, pero, sin embargo, del dicho al hecho… hay un trecho.

Intuí que estaba pasando algo por alto. Ante mí tenía una hoja en blanco y, a pesar de tener la cabeza en mil cosas, no sabía cómo empezar mi texto.

Salí a la calle para despejarme. Cabizbajo, no quise prestar atención a lo que pudiera haber a mi alrededor. Fue un error, porque me habría dado cuenta de que los árboles del camino guardan muchas historias desde tiempo inmemorial, a la espera de que alguien quiera contarlas. O podría haberme fijado en las hormigas que desfilan de ida y vuelta a su hormiguero, porque seguro que también tienen algo que contar. En el fondo, todos los elementos del mundo escriben su libro, aunque no sean conscientes.

Al volver a casa la hoja continuó en blanco. Entonces decidí olvidarla durante una temporada para empezar a fijarme en las pequeñas cosas. Iba equipado  con un cuaderno y un bolígrafo. Paseé por las calles de la ciudad y apunté y apunté y apunté…

Varias veces me crucé en un parque con una niña. La veía hablar con las mariquitas y las hormigas, con los árboles y las plantas. Deseé parecerme a ella, volver a la infancia, a la feliz y despreocupada infancia.

Me llamó la atención no ver a sus padres, así que decidí hablar con ella. Le saludé. Ella portaba una margarita en la mano.

–Mira lo que tengo –me la mostró–. Me gustan mucho estas flores; ¿la quieres?

–Gracias –le dije al recibirla.

Hablamos, hasta que pensé que ya podía preguntárselo:

–¿Dónde están tus padres?

–No tengo padres –me respondió–. Vivo en un orfanato con más niños y nos cuida esa señora del banco. 

Miré a la mujer.

–Y a ti, ¿te gustaría tener un papá?

–Y una mamá también.

–Una mamá no puedo darte, pero si puedo ser tu papá.

–Solo si en tu casa puedo comer chocolate.

–Hecho.

Tiempo después la adopté, y ahora vive conmigo, va al colegio y ha hecho muchos amigos.

La hoja está ahora llena de palabras. Es cierto: un buen escritor nunca se queda en blanco, solo era cuestión de tiempo que me diese cuenta de que todo vive en mi interior.