XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

La hora de acoger

Emma Roshan, 15 años

                  Colegio Iale (Valencia)    

Cuando me siento con mi familia frente al televisor en el momento de los informativos, no suelo prestar atención a las noticias. Dejo que floten alrededor mientras me concentro en mis pensamientos. Solo las retengo cuando resultan impactantes Entonces dan vueltas por mi cabeza a lo largo del día. Pero ahí se acaba todo.

Sin embargo, al ver las imágenes de los refugiados sirios apretujados en los barcos, recorriendo a pie largas carreteras, resistiendo ante las fronteras europeas que se les iban cerrando, el corazón se me quedó en un puño. Jamás me he sentido tan preocupada por gente a la que no conozco. Cuando algún periodista les colocaba un micrófono en la boca y ellos relataban sus fatídicas experiencias, me parecía posible entender por lo que estaban pasando y lo mucho que habían sufrido.

Desgraciadamente, cientos de familias se hallan en el punto de mira del enemigo, ya que la población inocente es la que paga siempre las terribles consecuencias de una guerra civil. Todos ellos tenían casa, negocios y una vida en su tierra, hasta que comenzaron los combates. Desde entonces, los niños no pueden jugar en la calle tranquilamente, ni sus madres ir a comprar comida sin una angustiosa sensación de inseguridad y de miedo ante la posibilidad de ser atacados en cualquier momento. ¿Acaso lo podemos entender desde aquí, nosotros que vivimos en un país donde la seguridad está garantizada, donde no es difícil obtener suministros y podemos relacionarnos sin miedo a los demás?

Los refugiados son tan dignos de respeto como nosotros, aunque sus hábitos y costumbres sean diferentes. Me impresiona el hecho de que chicos y chicas de nuestra edad se vean obligados a dejar los estudios para huir del país en el que nacieron, sin tener siquiera la oportunidad de llevar con ellos una mísera maleta.

Las familias sirias viven un agotador viaje en busca de una segunda oportunidad, de un lugar que les ofrezca las condiciones que corresponden a todo ser humano. Considero que vivir con miedo a despertarse enterrado bajo una montaña de escombros, cada vez que estalla una bomba, o estar semanas sin agua potable ni electricidad, son razones suficientes para marcharse.

Tal vez haya llegado el momento de salir al encuentro de quienes nos necesitan. Es muy posible que se nos esté ofreciendo una oportunidad para agradecer todas aquellas cosas que no terminamos de valorar. Es quizá una ocasión histórica para que nos pongamos en la piel de los que más sufren y seamos capaces de tenderles la mano.