XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

La joven de la Perla

Carmen Morote, 14 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)    

Me encontraba frente al pequeño lienzo, que era el motivo de mi «visita» nocturna al museo Mauritshuis, preguntándome cómo algo tan diminuto podía llegar a ser tan valioso y codiciado.

Incluso en la oscuridad, los ojos de la muchacha relucían, mirándome acusadores como si supieran cuál era mi verdadera intención.

Yo no me considero un amante del arte; me atraía más el riesgo de irrumpir en mitad de la noche en un lugar como aquel para llevarme uno de sus múltiples tesoros, sin hacer ruido y sin dejar ningún rastro que pudiera después conducir hasta mí. La sensación de caminar bajo el cielo lleno de estrellas con un cuadro de más de cien años de historia, cuyo valor estaba estimado en millones de euros y era admirado por multitudes de todo el mundo… ¡eso sí que me interesaba!

De modo que me encontraba frente a un lienzo de pequeñas proporciones. Normalmente siempre me apoderaba de la obra sin titubeos ni vacilaciones, con la misión de entregarla más tarde a quien me había encargado el robo. Sin embargo, aquella vez algo hizo detenerme para contemplarla más despacio. Verdaderamente, la muchacha era muy hermosa, mucho más guapa que todas las que aparecían retratadas en los múltiples cuadros de los que me había apropiado a lo largo de los años. Sus rasgos eran tan suaves y femeninos, su tez tan clara… Llegué a la conclusión de que semejante obra de arte no podía acabar en las manos equivocadas. Con sumo cuidado deslicé la tela entre las mías y me la llevé a casa, donde podría contemplarla más de cerca.

Es difícil describir lo fascinado que me tenía la joven del cuadro, pues nunca antes me había sentido atraído de esa manera por nada plasmado en un lienzo. Durante días examiné la pintura —cada detalle, cada pincelada— mientras me buscaban mis clientes y la policía. Pasadas unas semanas, mi fascinación se convirtió en obsesión, y día tras día aumentaba el deseo de encontrar a la joven, hasta que recogí mis escasas pertenencias y partí en busca de la muchacha que protagonizaba mis sueños.

No fue hasta un año más tarde cuando la búsqueda dio resultados, pero debo decir que no ocurrió como esperaba. Había recorrido media Europa, miles de kilómetros y más de un centenar de poblaciones holandesas sin éxito. Mi entusiasmo se venía abajo y el cansancio hizo que me parara a descansar en una pequeña casa rústica en la aldea de Volendam.

Fue al entrar al hostal cuando me tropecé con una chica. Sus rasgos me resultaron muy familiares. Tenía la tez pálida y lisa, sin ningún tipo de imperfección; sus ojos eran pequeños y bien dibujados; sus labios, finos y delicados… Mientras la ayudaba a incorporarse, nuestras miradas se cruzaron durante apenas un segundo, y me di cuenta de que era prácticamente idénticas a la muchacha del cuadro, “La joven de la perla”.

El resto ya es historia. Cabe decir que me enamoré, de una manera que nunca había imaginado. Si su belleza me tenía fascinado, su interior me llegó a lo más profundo del alma.

Y así fue como aquella chica logró que mi antigua obsesión se evaporara sin dejar rastro, dando lugar a un amor profundo, sencillo y sincero.