XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

La misión

Lázaro Mellado, 17 años

                Colegio El Romeral (Málaga)    

—¡Agáchate, que nos van a ver!... –le susurró Pedro a Iván.

—Relájate, hombre, que en este pasillo no hay nadie.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque no escucho ningún paso. Además, ¿de verdad crees que a las tres de la mañana vamos a encontrarnos con algún compañero de trabajo?

Estaban en la cuarta planta del edificio donde tenían sus oficinas los servicios de inteligencia. Eran conscientes de que si alguien los descubría, pasarían una larga temporada en la cárcel.

Pedro estaba nervioso. No era una persona audaz, así que temía las posibles consecuencias. Como le gustaba pasar desapercibido, se había resistido a realizar aquella misión. Iván, un madrileño de origen francés, era mucho más osado que él, así que se había encargado de elaborar el plan y de la difícil tarea de convencer a su compañero.

“La misión” —así la llamaron— consistía en recuperar unos documentos que resultaban fundamentales para ayudar a Pedro durante el juicio. Le acusaban de ser un topo de la policía británica. Aquel plan era el resultado de muchas horas de estudio del lugar, de los turnos de oficinistas y de los guardias, así como del dispositivo de las cámaras de seguridad que había en aquella zona del edificio.

A medianoche, el último turno de empleados y de mujeres de la limpieza abandonó las oficinas por la puerta trasera. Pedro e Iván sabían que los guardias comenzaban su servicio coincidiendo con la salida de aquellos trabajadores. Pedro se encargó de dormirles con cloroformo mientras Iván se aseguraba de inhabilitar las cámaras.

Subieron al cuarto piso, donde se encontraron con el primer problema de importancia: al ser un edificio tan grande, estaban planificados dos pares de guardias, cada dos plantas. Ya se habían encargado de dejar sin sentido a los primeros cuatro, pero tenían que estar muy atentos para aprovechar el momento en el que otro guardia subía al piso superior, dejándoles paso a la planta que se quedaba sin vigilancia.

—¡Ahora! Corre hasta la otra esquina -dijo Iván.

—De acuerdo –le respondió Pedro-. Aprovecha para subir; ahora te alcanzo.

Iván no sabía lo que estaba sucediendo. Pedro había roto el plan, poniendo en riesgo toda la operación. Sin detenerse, entró en uno de los despachos, abrió el archivo, cogió los documentos y comenzó a descender. Al salir del edificio, se encontró con diez policías que le apuntaban al pecho. Entre ellos se encontraba Pedro.

—No me lo puedo creer. ¡Me has traicionado! -protestó con rabia.

—Aquí el único traidor eres tú, que has intentado robar unos documentos.

—Lo hice para ayudarte.

—¿Para ayudarme?... ¿Y de qué me sirven esos papeles, si son la prueba de todos los documentos que has ido pasando a tu país, traidor? Conseguí que vinieras con el pretexto de ayudarme, pero caíste en la trampa. ¡Llévenselo!

Iván fue condenado, hasta que dos años más tarde se abrió de nuevo la investigación, que concluyó que Pedro era un agente doble.

Durante una de las visitas en el centro penitenciario, Iván le preguntó a Pedro cuál fue el motivo de su traición. La respuesta de su colega le dejó paralizado:

—Para salvarte. Habían ordenado tu muerte. Metiéndote en la cárcel me aseguraba de que continuases vivo.