IX Edición
Curso 2012 - 2013
La muerte de un gran líder
Laura Barranco, 17 años
Colegio Vilavella (Valencia)
Subió las escaleras del escenario con paso decidido, aunque por dentro sentía que estaba hecho de gelatina. Su corazón latía a una velocidad de locos; temía que se le fuese a salir del pecho de un momento a otro. Había dado cientos de discursos, pero ninguno como el que aquel día iba a pronunciar.
Una vez subió al escenario, se acercó al atril. El corazón ya estaba en su garganta y todo indicaba que, de un momento a otro, saldría de su cuerpo. Sin embargo, con voz potente y dominio de gestos, comenzó a leer.
El discurso no fue largo, las palabras justas para decir todo lo que había que contar. La gente escuchaba atónita, muchos felices por aquel mensaje de esperanza, otros asustados por lo que el futuro les depararía. Pero había uno de ellos que sabía muy bien lo que iba a hacer.
Cuando finalizó, el orador descendió por las escaleras. Su mujer le esperaba al pie del estrado. Se cogieron de la mano e intercambiaron una sonrisa. Un coche descapotado los esperaba. Subieron al asiento de atrás y comenzó el desfile. La gente agitaba las banderas con orgullo: el azul, el rojo y el blanco ondeaban al viento.
A medida que el automóvil avanzaba por la calle, el público coreaba su nombre con más fuerza. Esperaban con ansia a que el coche pasara a su lado para ver a ese hombre de cerca. Pero había una persona que no se sentía feliz al verlo. Aguardaba pacientemente a que a que el coche pasara por delante de su escondite, entre las sombras de un viejo almacén.
El descapotable giró en una curva. Al pasar junto a un parque, entre la algarabía se escuchó un disparo. Un guardaespaldas que ocupaba el asiento delantero, se echó hacia adelante. Pocos segundos después, un nuevo tiro, que atravesó el espacio e impactó en la cabeza del hombre del discurso, que se desplomó.
El público seguía vitoreándolo, pero él había muerto en los brazos de su esposa. El país acababa de perder a un gran líder.