IX Edición
Curso 2012 - 2013
La oportunidad
José Carlos Chamorro, 16 años
Colegio Altocastillo (Jaén)
Un día, Javier se percató de una presencia fuera de lo común. Notaba que alguien le estaba observando, pero él se encontraba solo en su habitación.
Eran las ocho menos cinco de la mañana. Se levantó y comenzó a hacerse la cama. Después de tomar una ducha, se vistió para ir al instituto. En el momento de colocarse correctamente el cuello del polo, su mirada se cruzó –a través de los barrotes de la ventana- con la de una chica que paseaba por la calle. Se detuvo a observarla durante un momento. Debía de tener su edad, dieciséis años, quizás uno más. Parecía que estaba esperando a alguien y sostenía una carpeta en el regazo. Tenía una encantadora melena rubia. Le atrajo, pero no le dio más importancia. Eso sí, cuando volvió a la habitación para coger su abrigo, echó una ojeada al portal donde la chica estaba antes. Se había ido.
A la mañana siguiente la volvió a ver. Esta vez, deliberadamente, se puso el polo frente a la ventana. Enseguida se dio cuenta de que la chica se había ruborizado; miraba de un lado a otro. Javier dio la espalda a la ventana y se mofó de aquella reacción.
Al nuevo día la muchacha no volvió. Javier se preguntó de dónde salía, pues cuando asomaba la cabeza por la ventana, estaba ahí, pero cuando volvía a mirar, ella había desaparecido.
Una semana más tarde, apareció de nuevo. Vestía un chándal de deporte. Javier miró hacia la calle como si nada y después se distrajo al ordenar los libros en la mochila. Ella podría haber cambiado de lugar de encuentro o pasarse a la acera de enfrente. Javier se preguntó si no debería presentarse a la misma hora que ella en aquel portal y decirle alguna tontería, mirándole a los ojos con un profundo gesto embelesado.
Al fin se decidió. Eran las ocho menos cinco de la mañana cuando Javier acudió al portal. Se sentó en un escalón y aguardó para ver cómo reaccionaba la chica. La vio venir, pero una chavala de apariencia parecida la llamó desde la acera de enfrente. Ella la saludó desde lejos y cruzó el paso de peatones. Javier nunca se había dado cuenta del hermoso andar que tenía. Esbozó una sonrisa y tornó su semblante hacia el segundo piso. Se percató de que la estaba observando y esta vez fue él quien se ruborizó y le dedicó una última mirada.