IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

La organización

Alvaro Jiménez, 17 años

                Colegio Mulhacén (Granada)  

Amaneció y Arturo se desayunó un nuevo día de rutina: la ducha estropeada, el agua fría y el calor.

Al salir de su piso de estudiantes vio a un hombre apoyado contra el portal. Le dio los buenos días, a lo que respondió con una reverencia. Sorprendido, Arturo se encaminó a la universidad cuando, al final de la calle vio una limusina. Alguien le empujó para introducirle en el asiento trasero. Intentó resistirse, hasta que un golpe en la nuca le hizo desvanecerse.

<<Mejor que ir a clase>>… Pensó al abrir los ojos. Estaba tumbado en una cama, atado de pies y manos y con el aliento del hombre del portal en su nariz.

-¿Arturo Sánchez? –le preguntó.

-Yo soy –respondió aturdido, escupiendo cada palabra-. ¿Quién eres?

-Has llegado a la prueba de acceso a la organización. Sabemos que el sábado pasado salvaste a una chica de las garras de un atracador. Además, tienes muy buenas calificaciones universitarias y estás en buena forma. Nos gusta la gente como tú, así que responde sinceramente, haz lo que te digamos y todo saldrá bien.

Salió de la sala sin mediar más palabras.

Las siguientes seis horas consistieron en un sin fin de preguntas, test psicológicos, psicotécnicos, análisis de sangre, exámenes médicos, pruebas físicas, test de conocimientos y entrevistas que más bien parecieron un interrogatorio policial. Finalmente, con dolor de cabeza, una chica de su estatura cubierta con vendajes le acompañó hasta una azotea amplia y amueblada como una terraza.

-Has pasado la prueba, tienes derecho a tres preguntas –le dijo con voz dulce.

-¿Cómo sé que no me vas a mentir?

-No lo sabes, pero quédate tranquilo. No me está permitido decir mentiras.

-¿A qué se dedica esta organización? –inquirió mientras se sentaba.

-Salvaguardamos la paz en el mundo –le explicó la chica-. Mantenemos a raya las injusticias, protegemos las costumbres, ayudamos al débil y eliminamos a los enemigos de la humanidad.

-¿Y cuáles serán mis responsabilidades dentro de la organización?

-Eso depende de muchas cosas y no tengo esa información, pero no deberías dar por hecho que te hemos aceptado aún –respondió cortante.

En ese momento, Arturo le vio los ojos, azules como el mar. Se quedó embelesado y, tras cerrar la boca, supo que se ahogaría en ellos por voluntad propia.

-¿Cómo te llamas?

-Ya he respondido a las tres preguntas; ahora te toca a ti. ¿Quieres ser un iniciado en la organización?

Arturo volvió a mirarle a los ojos y, sin pensar, asintió.

Esa misma noche lo llevaron a su casa en la misma limusina. Si quería preguntar algo más, se topaba con incómodos silencios y bocas cerradas tras las vendas que cubrían la cara de todas las personas con las que había estado, aunque todo lo que acudía a su cabeza tenía que ver con esos ojos azules.

Al llegar a casa le dijeron que cogiera lo indispensable y que contara a sus compañeros de piso que se marchaba de vacaciones durante unos meses. Arturo obedeció, aunque no se llevó nada consigo. Todo lo que quería se lo había dejado al comienzo de ese mismo trayecto.

Le vendaron los ojos vendados y cambió de vehículo varias veces hasta viajar en quad hasta un barracón en la ladera de una montaña solitaria, cerca de un río y con otros cuatro iniciados. El conductor les enseñó a rastrear animales y prometió que todos los días vendría alguien con una nueva lección.

Al día siguiente, una chica les mostró qué plantas eran comestibles e, incluso, a comer raíces. Arturo lo agradeció sobremanera, ya que no había aprendido a cazar. De este modo cada día se entrenaban en distintos métodos de supervivencia, además de en el uso de armas y en artes marciales. Las únicas reglas que debían cumplir eran: no hablar, no olvidar lo aprendido y no agredir al compañero.

Tres meses después se habían convertido en un grupo autosuficiente, perfectamente coordinado y letal. El hombre del quad les indicó cuál sería su misión de iniciación, los llevó a un piso franco en Madrid y les obligó a elegir un líder. Escogieron a Arturo.

Debían velar por la seguridad de un banco en el que se esperaba sucediese un atraco. Arturo dispuso que dos vigilaran el exterior y otros dos se hicieran pasar por clientes, mientras él esperaba en el cuarto de baño alguna señal si los de dentro del banco se encontraban en apuros.

No tuvo que aguardar mucho tiempo hasta que escuchó por su transmisor la palabra <<gas>>. Rápidamente se tapó la boca, aguantó la respiración y salió del aseo dispuesto a todo, cuando se encontró lo que menos se esperaba: los ojos azules tras una máscara.

Ella le hizo una seña para que le imitara, se quitó la máscara y se tumbó en el suelo hasta quedarse dormida inducida por el gas. Arturo hizo lo mismo. Cuando entró la policía y recobraron el conocimiento, ella se le acercó y le contó lo ocurrido:

-Arturo, después de investigarte te recomendé para la organización. Después propuse para que participaras en esta misión, porque estoy enamorada de ti desde que me salvaste de aquel atracador. Ahora tengo todo el dinero del banquero corrupto y quiero que te vengas conmigo. Desparezcamos.

Arturo aceptó.