XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

La parada

Cristina Garrido, 15 años

               Colegio Orvalle (Madrid)    

Era miércoles y el despertador se empeñó en sonar a la misma hora de todos los días. Como era habitual, Paco dio una vuelta más sobre la cama, apenas medio minuto, antes de retirar las mantas y pisar el frío suelo de su dormitorio.

La llegada del invierno había coincidido con el comienzo de unas punzadas de dolor en su rodilla derecha. Las más de diez manzanas que separaban su casa del trabajo se le hicieron un poco más largas que de costumbre. Aun así, le encantaba sentir el frío de la mañana despertándole el cuerpo. Como era conductor de un autobús municipal, agradecía que le corriera la sangre antes de sentarse al volante.

Su recorrido empezaba en Estrecho y, parada a parada, avanzaba hasta la avenida de Felipe II entre el mar de coches que cada día llenaban las calles de Madrid. Hacía tiempo que alguien le preguntó cuál era la parte del recorrido que más le gustaba. Paco, sin dudarlo, respondió: <<Corazón de María>>. No quiso explicarse. En aquella parada subía una pasajera que le daba los buenos días al mostrarle su “Abono Transporte”. Era poco, pero suficiente para él. Nunca habían cruzado una palabra de más ni de menos; ninguno de los dos se hubiera atrevido.

El primer día que ella cogió el autobús, Dani Martín cantaba en la radio: <<Dieciséis añitos, fiera… me creía el rey del mundo…” Paco viajó hasta su adolescencia. Por unos momentos se sintió feliz. Pero ya no tenía dieciséis años ni se comía el mundo con solo mirarlo.

Al día siguiente ella volvió a traer su sonrisa. La rutina se pintó con una nueva ilusión que resplandecía cada mañana cuando ponía rumbo a Corazón de María. El descaro de la adolescencia, sin embargo, permanecía escondido en su mente adulta.

Fue una reunión tempranera con su jefe la que llevó a María a madrugar más de la cuenta. Dudó en coger el Metro, pero no le gustaba meterse por las tripas de la ciudad. Así que bajó caminando desde Clara del Rey, por Santa Hortensia, hasta la marquesina del autobús en Corazón de María, en donde esperó la llegada del 43. Alzó la mano en cuanto lo vio. Al subirse escuchó, de fondo, la canción de Dani Martín. Mira que le gustaba esa canción... Al ir a mostrar el abono, su mirada se cruzó un segundo con la del conductor. <<Buenos días>>, le deseó con una sonrisa. Él le correspondió con otro cortés <<Buenos días>>. Nada más. Pero de pronto se sintió segura. Avanzó hasta el final del autobús y se dejó llevar hasta la última parada.

A partir de entonces, sin saber por qué, María madrugó todos los días para dirigirse al trabajo en el mismo 43. No tuvo valor de decir nada más que aquel breve saludo. Estaba segura de que Paco no había reparado en ella.

Hasta que un día la muchacha se armó de valor. Tenía pensado dejar caer la tarjeta de visita de su empresa de seguros, en la que su nombre y su teléfono iban cogidos de la mano.

Era miércoles. Paco caminó las diez manzanas pensando que había llegado el momento de presentarse. De intentarlo, al menos. Solo tenía que agregar al <<Buenos días>> un <<me llamo Paco, y ¿tú?>>. El trayecto desde las cocheras, con el tráfico habitual, se le hizo más largo que nunca.

Enfiló Corazón de María y al acercarse a la parada, la vio estirar el brazo, como siempre. En la radio volvía a cantar Dani Martín aquella canción de los dieciséis años. Una señal, sin duda.

María subió más nerviosa que de costumbre. Había ensayado el gesto de soltar la tarjeta algunas veces desde la tarde anterior. Escuchó “16 añitos” y sintió un latigazo. Respiró profundo y dejó que las notas musicales le transmitieran el aplomo que no encontraba.

Sacó su abono, le sonrió y dijo <<Buenos días>> mientras su tarjeta caía sobre el mostrador. Paco sonrió y le devolvió el saludo. Entonces vio la tarjeta y su discurso ensayado se enfrentó a la nueva situación.

-Vaya, se le ha caído este papel… Tome.

María lo cogió, avergonzada, y se volvió para encaminarse hacia un asiento. Al menos, él no podía ver el enrojecimiento de sus mejillas.

Paco se mordió los labios y, como un acto reflejo, cambió de emisora.