XII Edición
Curso 2015 - 2016
La puerta del tren
Marta Echevarría, 14 años
Colegio Orvalle (Madrid)
Desde que llegué a la adolescencia trato de entender a la gente que viene y va de un lado para otro, de aquí para allá.
Vivo en un piso en el centro de Madrid, próximo a una estación de tren. Cada mañana y cada tarde, tras estudiar, me siento frente a una ventana que da a la zona más concurrida de la estación y mi tiempo se consume observando aquellos pequeños detalles que para muchos pasan desapercibidos.
Últimamente me llama la atención la décima puerta del tren de las siete y media, que viaja en dirección a la estación de Atocha, en el centro de Madrid. Parece que es una puerta más que conduce a los pasajeros al mismo destino. Natural, pero como acabo de escribir, me gusta observar y observando me doy cuenta de la importancia de los recuerdos, de la importancia de los hábitos, de la importancia de una sonrisa.
Todas las mañanas, un hombre barbudo acompañado de su bastón se sienta a esperar ese tren de las siete y media. En cuanto llega la locomotora, se sube siempre en el vagón por esa misma puerta, la décima empezando por la cabecera del tren de cercanías. La peculiaridad de esa puerta es que en la esquina superior derecha tiene una firma. No llego a ver bien qué pone, pero el hombre la toca antes de subirse al tren con una sonrisa capaz de alegrarme desde la distancia de mi piso. Repite ese mismo ritual un día tras otro.
Ahora sé que se llama Lucas, que tiene setenta y dos años y que trabajaba en una pequeña editorial. Sigue cumpliendo la misma rutina: desayuna en el bar de la estación, se pone su abrigo y se embarca en el tren después de tocar la firma.
Lucas estuvo casado. Dedicó buena parte de los últimos años de su matrimonio a cuidar a su mujer enferma. La firma es de una tal Laura, que era el nombre de su esposa.
Al observar la vida descubro anécdotas, historias y epopeyas de gente corriente. Ahora comprendo que yo también debo buscar una puerta que lleve la firma de la aventura.