IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

La rata

Javier Taylor, 15 años

                  Colegio Tabladilla (Sevilla)  

Permítanme que me presente: soy una rata.

Tranquilos…, no me vayáis a sacudir antes de saber siquiera mi nombre. Me llamo Chaplin. Y sí, soy una rata. Además una rata de cloaca. Si alguien te ha dicho que ser rata significa ser “asquerosa”, te ha metido una trola enorme.

Todos los días, al despertar, salgo a la calle y correteo hacia la fuente de la Cibeles, donde disfruto de un refrescante baño mañanero. Después me acerco a “El Fénix” (una cafetería de la Gran Vía), en donde me procuro un buen desayuno recogiendo las migajas que caen de las mesas, siempre y cuando nadie me vea, porque entonces se lía parda y todo el mundo se pone a gritar y a lanzarme pisotones.

Más adelante suelo quedar con mis amigas ratas para dar una vuelta por Madrid. A veces vamos al parque, a que nos dé un poco el sol, y otras veces escalamos por algún edificio, nos acomodamos en la cornisa de una ventana y disfrutamos de la película que esté viendo la familia en cuestión. Siempre he envidiado poder sentarme con mi familia a pasar un buen rato sin gente incordiando..., pero parece que para una rata como yo eso es algo impensable. Mi especie está destinada a ser perseguida de generación en generación. Pero volvamos al hilo de la narración...

Antes de anochecer aprovechamos las últimas horas de luz para divertirnos: unas veces nos dedicamos a chinchar a los gatos callejeros, otras atacamos a un grupo de chicas adolescentes -que siempre arrancan a gritar nada más vernos (lo que es bastante divertido)- y otras nos dedicamos a contarnos chistes o a arrancarle la pata a una cucaracha para después cantarle: <<La cucaracha, la cucaracha…, ya no puede caminar...>>. Finalmente vagabundeamos un poco, en busca de algo para cenar (lo cual no está libre de riesgos). Que sí, que ser rata no es coser y cantar.

Lo que no entiendo es qué le pasa a la gente cuando que me ven: <<¡Una rata, una rata!>>, gritan, señalándome con el dedo. Sí, soy una rata, pero ¿y qué?

En fin, tendré que aguantarme parar sacar provecho a mi situación, esperando que algún día todo el mundo se dé cuenta de lo estúpidos que son sus prejuicios sobre otras especies animales. Pero, hasta entonces, tendré que contentarme con el refugio de mis cloacas.