XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La resistencia 

Inés Arroyo, 17 años

Colegio La Vall (Barcelona)

El suelo adoquinado la guiaba por las calles tortuosas de Casablanca, por donde –a un lado y al otro– se asomaban puestos de frutas exóticas y de telas coloridas.

Sus pasos intentaban no quedarse demasiado atrás ni adelantarse más de lo necesario; no podía permitirse ser descubierta ni perderlo de vista. A la vuelta de cada esquina volvía a buscar a Pablo, pero estaba cansada de aquella persecución silenciosa, que se había alargando más de lo necesario.

A la vuelta de una nueva esquina, Pablo se desvaneció. 

Ella empezó a maldecirse por dentro y a dar vueltas sobre sí misma de manera frenética, buscando a su hermano, miembro de la resistencia en aquella ciudad contra la reciente ocupación nazi. Él era quien la podía guiar, de manera indirecta, hasta el núcleo de la organización, que no admitía mujeres. 

Se detuvo, con la duda de si Pablo no sería el hombre que acababa de entrar en una librería. Fue tras él y también pasó al interior del comercio. La “Libraire du Voyageur” era un espacio envuelto por una luz tenue. Tras el mostrador, se encontraba un hombre con un poblado bigote y tez oscura. Ella se le aproximó, y mirándolo fijamente trató de comunicarse con él. Le dijo, mediante un árabe afrancesado, que el chico que estaba allí hace un momento era su hermano. Pero tuvo la sensación de que era invisible a los ojos del librero.

Vacilante, se asomó por detrás del mostrador donde descubrió una trampilla en el suelo. Sintió miedo. 

<<¿Vale la pena entrar en la resistencia? ¿Tengo algo que aportar, o es un intento de llamar la atención de mi hermano mayor?>>.

Una serie de decisiones impulsivas la habían llevado hasta allí y en aquel momento, por primera vez, pensaba en las consecuencias que tendría que asumir. En ella, aquellos periodos de sensatez eran escasos y a la vez efímeros.

Sin que el hombre del mostrador reparara en ella, abrió la trampilla y, sigilosamente, se deslizó hacia abajo por una escalera vertical. Temblaba cada vez que ponía un pie en un peldaño. La escalera era larga y corrían ráfagas de aire frío. Cuando iba a poner el pie en el suelo, una mano se apoyó en su hombro.

–Me alegró que por fin te hayas decidido a venir –le dijo Pablo–. Hace tiempo que te estamos esperando.