IX Edición
Curso 2012 - 2013
La rosa azul
Laura Barranco, 17 años
Colegio Vilavella (Valencia)
La ambulancia llegó a tiempo para que Marie supiese que iban a intentar salvarla. Segura en manos de los médicos, se dejó transportar a otro tiempo y a un lugar en el que no había estado desde hacía muchos años.
París, 1949, después del estreno de “Las zapatillas rojas”.
Marie fue a su casa y allí, en su balcón, encontró una rosa azul, lo que sólo podía significar que Gaspard había estado allí. Sólo él sabía que aquella era su flor favorita y sólo él sabía dónde cogerlas.
Después de varios días viéndose a escondidas, decidieron que lo más sensato y correcto era, sin lugar a dudas, comunicárselo a sus padres. Pero cuando les dieron la noticia de su intención de casarse, ninguna de las dos familias les ofreció la respuesta esperada. Se pusieron de acuerdo en que ambos eran demasiado jóvenes para comprometerse en matrimonio, pero tenían diecisiete años y ambos sabían que estaban enamorados, y que su voluntad de amarse por siempre no cambiaría con el paso del tiempo.
Al día siguiente Gaspard dejó una nueva rosa azul en el balcón de Marie. Aquella flor tenía en el tallo un papelito prendido, con un mensaje de amor:
<<Marie,
Nuestro amor es tan profundo como el mar y tan sincero como el sol. El fuego interno que surge de mi corazón me dice que estamos hechos el uno para el otro. Como nuestras familias jamás lo aprobarán, si piensas como yo acude a la puerta de la iglesia el lunes dieciséis.
Te quiero, amor mío.
G.>>
¿Escaparse con Gaspard?... Aquello estaba fuera de los planes de Marie, pero el chico tenía razón. Si a los diecisiete años no les dejaban casarse, ¿qué les garantizaba que cambiaran de opinión cuando cumpliesen dieciocho?...
Estaba decidida; se iría con él.
El lunes dieciséis preparó una bolsa con un vestido. No necesitaba más, pero afuera llovía y su madre le prohibió salir a la calle. Marie se encontró con las puertas cerradas, las ventanas atrancadas y ninguna escapatoria posible. Se quedó en su cuarto llorando desconsoladamente, pensando que al no haber ido, Gaspard ya no la volvería a querer.
Al día siguiente Gaspard no estaba. Unos decían que se había marchado. Otros, que jamás volvería. La única verdad de la que Marie era consciente, era de que no lo volvería a ver.
Un pitido le despertó de su sueño. Debía significar que se estaba muriendo, porque allí, delante de su cama, veía a Gaspard. No era tal y como lo recordaba, pues su rostro estaba surcado de arrugas y tenía el pelo blanco. Sólo aquellos ojos azules seguían brillando con la misma fuerza que cuando tenían diecisiete años.
Los médicos intentaban apartarlo, pero él sujetaba con fuerza la mano de Marie. Comenzó a susurrarle palabras que ella no podía oír mientras comenzaba a llorar. La seguía queriendo, pues sus labios repetían las mismas palabras de aquella vieja nota.
Marie cerró los ojos poco a poco, mientras se le dibujaba la más tranquila sonrisa.