XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La sombra 

Raquel Giménez Fernández, 15 años

Colegio La Vall (Barcelona)

James miró la pared de reojo. La sombra estaba allí, como cada mañana. La risa del niño retumbó mientras se levantaba de la cama. Se dirigió hacia el baño y la oscura silueta le siguió los pasos, haciendo piruetas por el blanco deslucido del suelo y las paredes. 

Se lavó la cara y se vistió. Pensó que nunca se acostumbraría a aquella ropa. Durante los años que pasó en prisión nunca había llevado nada parecido. Hacía ya tres años desde que se había escapado. Se estremeció; el precio a pagar por su delito había sido muy alto. 

Observó su rostro en el espejo del vestíbulo: su cara surcada de arrugas y cicatrices, le daba la apariencia de tener más años de los que señalaba su carné. Lo único que conservaba de su antiguo esplendor eran el pelo y el bigote, ambos de un lustroso color negro. 

Abrió un armario para sacar un abrigo y se quedó mirando, ensimismado, el gancho de la percha. Lo vio cubierto de sangre y se quedó petrificado, intentando ahuyentar la horrible visión. Parpadeó, y la curva de la percha volvió a quedarse limpia. Suspiró con cansancio y salió de casa, con la sombra siguiéndole los pasos.

Llegó al puerto. Brillaba alguna estrella que aún no se había difuminado con el alba. Le pareció que una de ellas se movía y parpadeaba, cantando como si fuera un cascabel. Antes de que pudiera fijar los ojos en ella, la luz del sol la hizo desvanecer. James decidió ignorar aquella visión musical, que achacó a su imaginación. 

Inspiró la brisa marina. El mar era lo único que seguía igual que siempre. Todo lo demás había cambiado. Era la consecuencia de haber pasado tantos años en la cárcel, más de los que hubieran sido necesarios, pues tras las rejas el tiempo funciona de otra manera. 

Miró a la sombra, que se había alojado en el casco de un yate. Ella le hizo un gesto burlesco con las manos. 

–¡Maldita!... –masculló James. Por un momento, la imagen de la sombra volvió a ser la de un niño, que le miraba sonriente.

Cerró los ojos para alejar el recuerdo. Aquello no era real; el niño no estaba allí.  Era su sombra, que le había seguido desde la prisión para que no se olvidase lo que había sufrido hasta conseguir la libertad.  

James se pasó las manos por el rostro con gesto cansado. Su memoria no paraba de engañarle. Todo aquello no eran más que recuerdos, fragmentos del pasado que no podían hacerle daño. Y aun así le perseguían, haciéndole ver caras conocidas en sitios insospechados.

La risa del niño volvió a su mente, esta vez con más fuerza que antes, y se unieron a ella las risas de otros chiquillos, ecos perdidos desde un lugar que solo habitaba en su cabeza, pero que un día fue real. También los niños. Y todos habían muerto. 

James volvió a dirigir la mirada a la sombra, que dormitaba en la vela de un barco. Era su castigo, su penitencia, su perseverante compañera en ese mundo viejo que, desde hacía tiempo, le resultaba desconocido. 

Una lágrima corrió por su mejilla y James se llevó la mano a la cara, sorprendido. Él nunca había llorado, porque jamás se había permitido pensar en algo distinto a seguir adelante, sobrevivir. Sin embargo, en ese momento se arrepentía de haber abandonado la prisión, su hogar. 

Suspiró y miró el hueco vacío de su manga izquierda.

<<Nunca debería haber matado a Peter Pan>>, concluyó.