IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

La última esperanza

Irene San José, 16 años

                Colegio Ayalde (Bilbao)  

Alex se negaba a salir de su habitación. Apenas comía; apenas hablaba. Estaba muy deprimido porque sus amigos ya no contaban con él. Si le telefoneaban, era para pedirle ayuda con los deberes, nada más. Sin embargo, aún guardaba un resquicio de esperanza en que la situación pudiera mejorar con el nuevo curso.

En septiembre, al llegar la época de adquirir los libros del curso, se dirigió a una librería. Allí se topó con una chica alta, de cabello rubio y bonitos ojos. No la había visto nunca por el barrio, así que dedujo que se habría mudado a aquella parte de la ciudad. Alex siempre se fijaba en la mirada de las personas, y con ella no hizo una excepción… Aquellos ojos le dijeron que ella era distinta a la gente que había conocido antes. No es que se hubiera enamorado de pronto, pero le habría gustado presentarse y charlar un rato.

El primer día de clase, Alex se sentó al azar en uno de los pupitres. Con los demás alumnos, esperaba a que entrara el profesor. Su sorpresa fue ver llegar a una nueva alumna.

<<No puede ser…>>, pensó. Era la chica de la librería.

Cuando terminó la primera clase, se acercó a ella y se presentó.

-Hola; soy Alex.

-Me llamo Lucía –le sonrió-. Me he mudado en verano.

Fueron pasando los meses y Lucía y Alex descubrieron que tenían muchos intereses en común, como la música y el cine. Los antiguos amigos de Alex le llamaban de vez en cuando, pero igual que antes sólo querían aprovecharse de sus apuntes, de su conocimiento sobre los exámenes, etc.), lo que entristecía al muchacho, aunque siempre acababa por ayudarles. No sabía cómo decirles que se sentía utilizado.

<<Soy un cobarde… ¿Por qué no me enfrento a ellos de una vez? ¿Será porque aún les tengo algo de cariño?...>>.

Una noche quedó con Lucía para dar una vuelta, pero en el último momento uno de sus antiguos amigos le telefoneó para invitarle a una fiesta. Alex aceptó, convencido de que empezaban a tenerle en cuenta, así que avisó a Lucía de que no podría encontrarse con ella.

Cuando llegó a la fiesta entendió que, una vez más, querían utilizarle. Se sintió tan furioso y decepcionado, que no pudo evitar echarse a llorar. Al menos, se lazó a decirles todo lo que no había tenido el valor de echarles en cara.

Al volver a casa se encerró en su habitación con un portazo. Al consultar el móvil, encontró un mensaje de Lucía. Le preguntaba por la fiesta. Alex de nuevo rompió a llorar. Estaba tan alterado que salio a la calle y llegó de una carrera hasta un claro en un bosque. Cayó de rodillas y se puso a gritar. Después se tumbó en el suelo y se quedó dormido.

Despertó en la habitación de un hospital. Sus padres y Lucía estaban a su lado. Le explicarlos qué le había pasado. Tras un rato de charla, dejaron solos a los chicos. Alex le contó a Lucía lo que había ocurrido en la fiesta y por qué había salido corriendo de esa manera. Cuando terminó su relato, Lucía, llena de ternura, le dijo que se merecía una vida mejor.

-Y puedes encontrarla –concluyó-, porque yo no voy a moverme de aquí.