XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

La vida rural 

Javier Barba Luján, 14 años

Colegio de Fomento El Prado

Me pregunto por qué vivimos hacinados en la ciudad. ¿Acaso nos hemos olvidado de la belleza de la vida rural? En España la despoblación de las pequeñas localidades se ha convertido en un problema, a pesar de que la vida allí es más tranquila. 

Muchos fines de semana me acerco a la granja de mi abuela, que está en Padiernos, un pueblecito de la provincia de Ávila. El sábado por la mañana, en cuanto me despierto, tengo presente que en Madrid escucho los coches al pasar mientras que allí me recibe el mugido de las vacas, el piar de los pájaros, el cacareo de las gallinas y un limpio rayo de sol que atraviesa la ventana.

Tuve la ocasión de pasar en el campo el largo confinamiento por el covid. Allí me acostumbré al silencio, al rumor de la lluvia y al crujir de la nieve al andar sobre ella. Y también me familiaricé con algunas tareas, como taparle a un becerro la nariz para que bebiese del biberón, podar las zarzas de la nave donde se guardan los aperos, rellenar la caldera o limpiar la perrera.

Soy observador, lo que me ha ayudado en numerosas ocasiones. Un día en el que me estaba aburriendo, decidí salir de la casa a explorar. Me fui a la nave, un edificio que sirve para guardar el forraje y los enseres agrícolas. Tenía el suelo de madera y había unas tablas semihundidas. Al caminar, la madera crujía. Para asegurarme de que aquellas tablas eran estables, probé a poner el pie en las que estaban en peor condición, y el suelo se desplomó. Me llevé la regañina de mi padre, pero si cualquiera de los habitantes de la granja hubiera caminado por aquel suelo, habría caído sobre unas varas de acero oxidadas, lo que no hubiera sido nada bueno.

Mi experiencia en el campo durante el confinamiento, fue una aventura en todos los sentidos. No solo por explorar las naves y la Naturaleza, sino también la supervivencia. Las compras las solemos hacer en el pueblo vecino, pero por culpa del virus su tiendecita de alimentos cerró, así que mi madre tenía que conducir hasta un supermercado en Ávila, lo que resultaba engorroso porque había controles policiales a la entrada de la ciudad. Otro problema fue el agua, pues la granja no tenía una depuradora para potabilizarla. Mi padre y yo íbamos con la pick-up a Casasola, un pueblo vecino, donde hay una fuente con tres caños donde llenábamos unos bidones, con cuidado al volver a la granja para que no nos detectaran los policías que acechaban en las carreteras.

Muchas personas pensarán que estas experiencias carecen de entidad. Yo no pretendo convencerles de que la vida rural sea mejor que la de la ciudad, sino animarlos a disfrutar de la misma experiencia que yo viví, para que ellos mismos lo valoren y decidan.