XIX Edición
Curso 2022 - 2023
La visita inesperada
Adriana Illueca, 17 años
Colegio IALE (Valencia)
Todavía no había asomado el sol cuando don Vicente, que ya tenía el café preparado y se disponía a desayunar, escuchó un estrepitoso ruido que provenía de fuera de la casa. Al asomarse por la ventana, vio una gran fumarola de humo. Sorprendido, dejó la taza en la mesa de la cocina y salió para comprender qué había pasado y por si alguien pudiera necesitar su socorro.
Llegó a la puerta del jardín, que separaba su casa de la carretera, y al abrir la puerta se topó con un precioso Mercedes estrellado contra uno de los árboles que adornaban el paseo. Con las manos temblorosas, sacó el teléfono móvil de su bolsillo y marcó el número de Emergencias. Iba a comprobar si había algún herido dentro del vehículo cuando, para su sorpresa, se abrieron las puertas delanteras, por las que salieron el hombre que conducía y una mujer.
–¿Necesitaban ayuda?
Don Vicente recibió, por parte del piloto, una reacción que lo dejó anonadado, pues este lo comenzó a increpar por haber llamado a Emergencias sin su consentimiento.
–Pero… –le respondió con el corazón en un puño–, sólo pretendía ayudarles.
Aquel hombre, inflamado de ira y agresividad, le propinó un puñetazo. El anciano no fue capaz de defenderse. Se desplomó en el asfalto, donde se quedó tendido. Aquel hombre comenzó a darle patadas, hasta que don Vicente, ensangrentado, perdió el conocimiento. De la misma, el conductor y la mujer se dieron a la fuga.
Cuando llegó la ambulancia al lugar de los hechos, recogieron a don Vicente y se lo llevaron al hospital. Debido a los fuertes golpes que había recibido en la cabeza, le fue imposible recordar nada, así que no pudo denunciar a sus agresores.
Días después, una mujer llamó a la puerta de la habitación del hospital.
–¡Adelante! –dijo don Vicente.
El rostro que se asomó por el vano le resultó familiar.
–No sé si me recordará –comenzó a hablar, encogida, como si estuviera avergonzada de algo.
–Pues le diría que sí… pero ahora no soy capaz de recordarlo.
–Soy la mujer que iba en el coche que tuvo el accidente.
Don Vicente se quedó mudo. No lograba entender el propósito de aquella visita.
–Vengo a pedirle perdón.
Don Vicente la miró sorprendido.
-Deje que me explique –prosiguió aquella sorprendente visita–. Me llamo Gema. El hombre que le dio la paliza es el que fuera mi novio, Manuel Abella. Aquella madrugada volvíamos de una fiesta en la que Manuel, a pesar de mis advertencias, se pasó con la bebida. Cuando llegó la hora de retirarnos, no estaba en condiciones para coger el volante, pero, de todo modos, lo hizo. Y quiero pedirle perdón por no haber sido capaz de evitarlo. Es un hombre violento, sobre todo cuando va con unas copas de más. Así que también tengo que disculparme por habernos dado a la fuga. Nuestro comportamiento fue deleznable. Por más que lo he intentado, Manuel no quiere entregarse, por miedo a que la policía lo detenga. He sido yo misma la que ha decidido ir a denunciarlo a la policía. He venido directamente de la comisaría.
–Eh… Hum… –don Vicente no sabía qué decir.
–No hace falta que hable. Yo ya me voy. Solo quería que me perdonara. Y si no es así, le dejo mi tarjeta –abandonó una pequeña cartulina en la mesilla– para que pueda ponerse en contacto conmigo. Espero que se recupere pronto.
Y salió por la puerta.