XIX Edición
Curso 2022 - 2023
Ladrones en casa
Julia Montoro, 17 años
Colegio Stella Maris La Gavia (Madrid)
La semana pasada robaron en casa. Cosas que pasan, dirán algunos, pero lo cierto es que no pudieron ser ladrones más ineptos: somos catorce en la familia, así que no iban a encontrar una fortuna en un hogar en el que todos los ingresos se destinan a alimentar a doce fierecillas. Sí, doce, además de nuestros padres. Nada más y nada menos. Por cierto, que estamos acostumbrados a que nos pregunten si somos todos de la misma familia, del mismo padre o si hay alguno adoptado. Y la respuesta no puede ser otra: <<Todos del mismo padre y de la misma madre. Todos con la misma sangre en las venas>>.
Guadalupe es la benjamina, y tiene solo un año. Los que estamos por encima somos, en orden de llegada al mundo: Javier, Teresa, Santiago, Ignacio, Tomás, Marcos, Pablo, Blanca, Andrés, Inés y yo. Ahí queda el asunto.
En casa todo se hereda, apenas conocemos la privacidad ni las pertenencias personales. Aquí el egoísta no cabe, pues todo se comparte. Y todo lo que hay se aprovecha al máximo: dos sofás en los que, sin saber cómo, somos capaces todos los domingos de ver el fútbol los catorce a la vez; una televisión que nos regalaron nuestros abuelos paternos y ningún adorno de valor a la vista. Mis padres aprendieron la lección: con un bebé en casa desde hace veinte años (prácticamente todos los años ha nacido un hermano, con muy poco de margen de diferencia con el anterior), no hay ornamento que valga. Aquí se tiende a la practicidad, la primera mi madre. Ella sí que es una experta del orden y no esa tal Marie Kondo.
Con todo y con ello, los ladrones se atrevieron a desvalijarnos. Me imagino sus caras de decepción al no encontrar más que pañales, chupetes, biberones, calcetines desemparejados y dibujos de los más pequeños. En los armarios, ni joyas, ni dinero ni ningún objeto de valor. Nada. Creo que lo más dispendioso que vieron fue la colección de Lego de Marcos. Con esto lo digo todo…
Vivimos en un buen barrio de Madrid, pero, aun así, nuestro hogar es lo más parecido a un cuartel. De mi piso no deja de salir y entrar gente, la mayoría sin superar todavía el metro y medio de altura.
Desconozco cuál es el modus operandi de un ladrón. Supongo que antes de dar un golpe, observan, vigilan y se familiarizan con su presa. Es decir, tienen que haber rondado el barrio durante algunas semanas, sopesado las ventajas y desventajas de entrar en nuestra casa. Así que será por equivocación o prejuicio que, a pesar de las claras evidencias de nuestra carencia de recursos, decidieron asaltarla.
Todo esto me hace pensar cuán desubicados estamos en estos tiempos. Ya ni siquiera los ladrones saben hacer su trabajo. Quién nos ha visto y quién nos ve… Tan ensimismados vivimos en nuestras tozudeces, como burros con orejeras, que nos lanzamos al ataque sin ponderar en las consecuencias. Si alguien lo pone en duda, que les pregunte a los señores ladrones, que en cualquier otra vivienda hubieran tenido muchísimo más éxito.
Así vivimos, sin detenernos ante el frenesí de la vida ni pensar qué es lo que nos proponemos. Vamos cuesta abajo y sin frenos, de modo que afrontamos nuestra realidad desde la irrealidad: redes sociales, noticias constantes, comparaciones con los demás, etc., sin querer ver que la clave del juego está en la observación, el detenimiento, la mesura, la paciencia. Ya lo dice el refrán: “Sin prisa, pero sin pausa”. Ahí está la clave. Nuestros deseos de todo antes y mejor nos llevan a hacer todo a medias: ladrones que asaltan la primera vivienda que pillan, padres que llegan a casa cuando y como pueden, estudiantes que dicen que con la mitad del temario se aprueba un examen, platos de comida rápida por doquier…
Pienso en una tendencia que últimamente circula por las redes, el slow-life, anglicismo que se refiere a una realidad que nos lleva acompañando desde los inicios de la humanidad: vida sencilla y, sobre todo, coherente con nuestra naturaleza. Cada cosecha requiere su tiempo, ningún fruto es instantáneo. Será entonces cuando los ladrones sustituirán los pañales de Guada por brillantes de Swarovski. Y quizás, pero solo quizás, todo volverá a ser como antes…