XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Las fotos

María Mateos de la Haba, 16 años

                 Colegio Zalima    

Por esa nueva costumbre entre los adolescentes, que consiste en hacernos fotos con el teléfono móvil en todo momento y circunstancia, aprovechando el descanso entre clase y clase me bajé con dos de mis amigas al patio del colegio y nos hicimos lo que se ha dado por llamar un “selfie”. Antes de que sonara el timbre con el que se reanudaba la jornada, la imagen ya circulaba por las principales redes sociales. Pero enseguida me olvidé de aquella anécdota.

Me extrañé cuando por la tarde recibí un mensaje de una de mis compañeras, en el que me detallaba que un amigo suyo quería conocerme. Por eso él le pedía mi número de teléfono, para ponernos en contacto.

¡Un chico quería mi móvil!... El corazón se me aceleró.

Lo estuve pensando alrededor de dos días, porque sé que la espera aumenta la curiosidad de los chicos. Obviamente terminé por decirle a mi amiga que sí, que le diera mi número.

En cuanto me llamó lo agregué a mis amigos, comencé a seguirle en todas mis redes sociales y le daba like a todas sus fotos. Estuvimos hablando a través de mensajes durante dos semanas. Me encantaba su personalidad, me hacía reír a cada momento y los emoticonos con corazones que me lanzaba hacían que sintiera mariposas en el estómago. Nos mandábamos fotos continuamente (comiendo, estudiando, viendo una película...). Para las mías, utilizaba un ángulo y una pose que realzaba mis facciones y estilizaba mi cuerpo. Además, siempre las editaba con algún filtro que iluminara mis mejores rasgos.

Al cabo de unas semanas con esa rutina tan ilusionante, decidimos que había llegado la hora de vernos. Por fin iba a conocer al chico que tan feliz me estaba haciendo, con quien me había reído tantas veces, con el que había disfrutado de una preciosa intimidad en conversaciones escritas hasta altas horas de la noche, siempre tras la pantalla de mi smartphone.

Llegamos a la vez a la plaza de la avenida principal de nuestra ciudad. Al principio yo estaba muy confusa y no lo reconocí. Pero al fin nos saludamos y comenzamos a hablar mientras paseábamos. Me encontraba demasiado aturdida, así que me limité a reír y a asentir. Mi cerebro estaba embotado, sumergido en mis pensamientos: <<el ojo derecho le bizquea… Pues en las fotos parecía más alto… Su voz no es como la de los audios, resulta más aguda… Además, parece nervioso… ¡Le sudan las manos!... Es enfermizamente tímido… Y maleducado… No se parece en nada a la idea que me había hecho de él>>…

No quise ser descarada, pero busqué el modo de romper aquel encuentro. Así que me despedí todo lo cordial que pude y regresé a casa con una pesada sensación de zozobra.