IX Edición
Curso 2012 - 2013
Las trenzas
Almudena Molina, 16 años
Colegio Senara (Madrid)
Mi madre se empeñaba en dejarme el pelo por la altura de la barbilla. Decía que así estaba más guapa. Todos los días ella peinaba mi morena cabellera y me la acicalaba con colonia para bebés Nenuco. Jamás podré olvidar aquel aroma que, impregnado en mi pelo, daba luz a mi niñez. De remate, añadía un gran lazo azul o verde recogido en una media coleta lateral, aunque a mí, no me gustaba.
Un día apareció por la guardería una nueva niña; se llamaba Marta. Llevaba recogido su rubio pelo en una fina y larga trenza que le colgaba hasta justo por encima de la cadera. Cada vez que Marta se movía, aquella cinta de pelo luminoso se balanceaba de un lado a otro, como un péndulo. Todas la envidiábamos. Tal vez por eso no le mostramos muy buenos modales durante los primeros días del curso. Por la noche, antes de irme a la cama, intentaba superar su peinado con dos trenzas, pero mi pelo era demasiado corto. Me quedaban jirones de cabello fuera de la goma y acababa yéndome a la cama completamente despeinada, destruyendo el tiempo que mi madre había empleado para alisármelo con el secador.
Esperé pacientemente, durante meses, a que mi pelo creciera para poder exhibir una trenza como la de Marta. Día tras día medía la longitud de mi melena con la ayuda del espejo. Pero llegó un momento en el que mi madre decidió que había que cortar las puntas abiertas.
–No quiero que me cortes el pelo –le repliqué–. Quiero tenerlo muy largo para hacerme dos trenzas.
–Me da igual lo que digas, Silvia; irás a la peluquería quieras o no.
–Pues me enfado y no te hago caso nunca más.
Pataleé a sus pies durante una semana. De nada me sirvió. Mamá me llevó a la peluquería sin tener en cuenta mis ilusiones ¿Hasta cuándo tendría que esperar para poder recogerme el pelo de forma tan bella? Los lazos seguían siendo el peinado preferido de mi madre, aunque nunca le vi a ella con uno atado a su permanente.