XIX Edición
Curso 2022 - 2023
Llamado por la música
Gabriel Alcaraz, 16 años
Colegio IALE (Valencia)
Recuerdo mi primera lección de piano, los nervios que sentí al entrar en el aula, la emoción al sentarme en la banqueta frente al teclado e, incluso, la melodía que interpretó el profesor.
Empecé a estudiar música gracias a la persuasión de algunos miembros de mi familia. Mi tío y mi abuelo fueron grandes intérpretes y querían que yo siguiera sus pasos. Y aunque reconozco que antes de acudir al conservatorio entendía la música como una obligación, aquella tarde presentí que el piano me iba a acompañar el resto de mi vida, lo que es una certeza a día de hoy.
A veces me pregunto cómo es posible que a un niño le quepa tanta ilusión como para desear que acabe la jornada de colegio para sentarse ante el piano. Yo fui ese niño, que soñaba protagonizar conciertos en los que demostrar mi habilidad para transmitir belleza a través de las teclas blancas y negras.
No todo ha sido fácil. Al cabo de unos años me empezaron a afectar los nervios antes de actuar. Se le llama miedo escénico y es propio de todos los que nos enfrentamos directamente al público. En mi caso, esos nervios se evaporan apenas me siento en la banqueta. Entonces me olvido del público y siento como si estuviera tocando en mi casa.
Amo el piano por las emociones que siento al interpretar las icónicas piezas que todos hemos escuchado alguna vez (en películas, televisión o radio), aquellas que llevan la autoría de Beethoven, Mozart, Bach… Me elevan en la alegría y me sacan del hoy y el ahora, pues sus partituras hacen que me enfrente a mi propio interior.
Una de las cosas más bonitas de interpretar música, es compartirla. Entré por primera vez en una banda a los catorce años. Y aunque es inusual que un piano participe en una banda, tuve la oportunidad de disfrutarlo. Fue maravilloso, pero ahora prefiero compartir la música con pocas personas, vivirla en intimidad.
He crecido junto a dos personas que aman la música tanto como yo. Su instrumento es la flauta travesera y llevan trabajando con ella el mismo tiempo que yo con el piano. Hace años, con motivo de una fiesta familiar, se nos ocurrió tocar juntos “Cumpleaños feliz”. Fue la primera vez. Años después coincidimos en la misma clase de conjunto de instrumentos, y desde entonces participamos en el concierto de Navidad que se celebra en el conservatorio. Al fin me sentía acompañado.
Hay quien piensa que aprender a tocar un instrumento es una tarea muy complicada, destinada a las pocas personas que disponen de algún talento especial, pero lo cierto es que, aunque sea preciso contar con algunas habilidades, se necesita, sobre todo, entregar tiempo, esfuerzo y amor hacia el instrumento. Por eso, aunque he llegado más lejos de lo que en su día pensaba, y aunque aun me queda mucho camino por recorrer, sigo con la misma ilusión que el primer día.