IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Luces de carnaval

Araceli Sagarra, 12 años

                  Colegio Alcazarén (Valladolid)  

Cómo odiaba los carnavales... Los ruidos, las risas estruendosas que pasaban por la escalera, los niños disfrazados de payaso y superhéroe, las niñas vestidas de princesa de cuento y hada madrina, los adultos con vestimenta de enfermero, hombre prehistórico y electricista, los desfiles callejeros con todo su jolgorio, las canciones que se colaban por las paredes, inocentemente, y las peleas por el atuendo más original y estrafalario.

Se acomodó en el sillón. Él nunca había celebrado los carnavales. Es más, estaba seguro de que jamás se había disfrazado (lo pensaba después de haber sorprendido a su vecino, padre de tres niños, con un sombrero florido, y a sus niños vestidos de mago, magdalena y caimán…) ¡Qué cosas celebran las juventudes de ahora!... Para él, su máxima celebración fue su jubilación de la industria textil. Para aquella ocasión especial había ido a un restaurante. Después se había retirado a una vida sin nada, una vida sosa, una vida sin alegrías ni penas, monótona y grisácea como los nubarrones que amenazaban descargar sobre la ciudad .

Siguió pensando: si se puede vivir tranquilo, sin gastar dinero y con rutina, una vida en la que no caben los imprevistos ni los sobresaltos, sin nada que se salga de lo habitual y, sobre todo, sin fiestas… ¡Por qué se complica la gente! Además, con la crisis por la que está pasando el país…. Él jamás se lo permitiría.

De pronto, algo que le aportaba mucha claridad al tiempo que muchas preguntas y otras tantas respuestas y que, sin embargo, quiso apagar, esconder, se le vino a la mente: ¡él sí que se había disfrazado! Mucho, además, para ser sinceros: de buen estudiante, de gran orador, de caballero, de señor alegre, de buen comerciante, de hombre justo, de hermano ejemplar, de amigo sincero, de…. ¿Cuántos disfraces más podría seguir enumerando?...

Una lágrima resbaló por su mejilla y cayó sobre su mano. Con impotencia, se precipitó al suelo, en donde se quedó como adormecido, sin fuerzas de continuar, como si nada más que él y su viejo sillón existiesen. Pero una luz, una esperanza de poder volver a empezar, se encendió en su corazón.

Se levantó casi sin pensar, cogió la cartera, su mejor corbata, su más flamante abrigo, una bufanda calentita... y salió a la calle. Compró regalices, entregó caramelos, se encontró con viejos amigos, invitó a los jóvenes a tomarse una bebida, se fue a las ferias para disfrutar, cenó en el mejor restaurante... Cuando volvió a casa, miró al cielo. Las luces de carnaval son preciosas, pensó.