XII Edición

Curso 2015 - 2016

Alejandro Quintana

Mariposas en el estómago

Beatriz Silva Gascó, 13 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)    

Llegué a casa con los tacones en la mano. Me tumbé en la cama y empecé a pensar en lo maravillosa que había sido la velada. No podía borrar de mi mente al joven que se había presentado como Jaime. Era alto, moreno y de facciones agradables; inspiraba confianza. Empezamos a charlar a solas antes de que la música comenzara, cuando mis amigas se marcharon al baño para retocarse el maquillaje.

Los temas de los que Jaime hablaba eran interesantes, al contrario de los demás chicos, que se limitan a hablar sobre los deportes.

Bailé toda la noche con él. En la cercanía pude fijarme en sus ojos, profundos y de color avellana. Me cautivaron. Sé que no me los voy a poder quitar de la mente durante mucho tiempo.

Mareada, me dejé caer en una silla. Jaime, siempre atento, me trajo un vaso de agua. Después de agradecérselo, decidí salir a tomar aire. Él me acompañó. A la luz de la luna me pidió mi número de teléfono. Se lo di gustosamente y le dije que esperaba que volviéramos a vernos.

Me dormí envuelta en los recuerdos de aquella noche.

Por la mañana me despertó una música proveniente del jardín. Reconocí la canción, "Always on my mind", que tanto me gusta, y miré el reloj: era muy pronto. Me asomé a la ventana y me sorprendió ver a Jaime, tocando una guitarra. Me vestí rápidamente, cogí un trozo de pan con mantequilla, una manzana y salí a la calle. Le pregunté cómo había conseguido mi dirección. Se encogió de hombros.

—El amor lo puede todo –dijo.

Bajé la cabeza para que no se diese cuenta de que me había ruborizado, pero él fingió no percatarse de nada y siguió hablándome, ajeno al hecho de que yo no le prestaba atención: estaba pensando en lo que me había dicho sobre la fuerza del amor.

De pronto, guardó silencio. Me volví para saber por qué se había callado y me encontré su rostro a escasos centímetros del mío. Pude notar la calidez que irradiaba su piel. No fui capaz de reprimirme y le besé. En ese instante, una explosión de colores estalló en mi interior.

Puedo afirmar que la expresión de «tener mariposas en el estómago» es cierta, porque en aquellos momentos yo tenía una colonia de ellas.

Fuimos novios durante un año y dos meses. No me podía imaginar una vida que no fuera a su lado.

***

«Tenemos que hablar», leí en el móvil. Intrigada, concerté un encuentro con él a las seis de la tarde.

Le esperé en el banco del parque en el que siempre nos sentábamos. Mi corazón dio un vuelco al ver su silueta recortada a lo lejos. Me sorprendió encontrar la tristeza asomando a su rostro. Se acercó a mí y se puso a hablarme tan atropelladamente que apenas le entendía. Le hice un gesto para que se sentara y le pedí que me explicara todo con calma.

***

Han pasado cinco días desde que me dio la noticia que me ha destrozado la vida. Mi corazón se recupera lentamente, pero no consigo contener las lágrimas. Cuando me contó aquello, fue como si me abofetearan la cara, como si un insecticida estuviera matando a las mariposas que habitaban en mi interior. Construí muros en el corazón, me empeñé en superarlo, le dije que saldríamos adelante, que se recuperaría de su enfermedad, que tendríamos el mundo que siempre habíamos deseado…

***

Hace dos días que le han hecho las pruebas definitivas que van a decidir su destino. No he vuelto a verle desde entonces, pues los médicos no permiten visitas.

***

Asimilé la idea de su muerte para evitarme más sufrimiento, pero algunas veces, cuando suena el timbre de la puerta, bajo corriendo las escaleras, esperanzada. Se me cae el alma a los pies cuando compruebo que es mi madre, que vuelve de sus compras, o el cartero…

Una mañana temprano, mientras permanecía adormilada en la cama, escuché una melodía. Las notas fueron cobrando sentido hasta formar una canción: “Always on my mind"… ¡No podía creerlo! Una mariposa moribunda batió las alas, haciendo que brillaran como una luz que rompe las tinieblas.