IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Marta y el río

Eduardo González Marsal, 14 años

                 Colegio El Prado (Madrid)  

El amanecer anunció a Marta que el día venía alterado. Tenía doce años, era menuda y un tanto mandona. Veraneaba con su familia en un pueblo pequeño, cerca del nacimiento del río Guadalquivir, en la sierra. Aquella era su época preferida del año, pues no sólo disfrutaba de sus abuelos, padres y hermanos, sino de la naturaleza salvaje de aquellos lugares. Además, la aldea era tranquila, cuatro o cinco casas, todas ellas encaladas y con tejados a dos aguas. Marta jugaba y hacía excursiones muy a menudo, unas veces sola y otras con sus hermanos.

Aquella mañana ocurrió algo extraordinario. Marta se encaminó hacia la orilla del río sin decírselo a nadie, y eso que sus padres le habían insistido para que se quedara, mas ella, desobediente, estaba decidida a pasear.

Caminó durante unos minutos, hasta que llegó al Guadalquivir. Allí se detuvo a beber agua y siguió paseando por la ribera. A cada poco se detenía para observar la corriente. Embelesada, dio un traspiés y cayó al río.

El contactó con el agua helada le cortó la respiración por unos momentos. Aunque en aquellos tramos no era mucha la profundidad, el agua bajaba con fuerza, así que le costó aferrarse a las rocas. Poco a poco, el Guadalquivir la fue arrastrando.

El curso del agua tiraba de ella con agresividad. Marta a penas lograba soportar semejante empuje, lo que le provocó leves rasguños y heridas en las manos. Sentía las afiladas rocas en contacto con su cuerpo, dañado y dolorido. Notaba que se cansaba de luchar contra la naturaleza. Se escurría de las rocas en las que encontraba apoyo e iba descendiendo.

En aquellos momentos de fatiga, se acordó de sus padres. Debería haber obedecido.

Ya no se esforzaba. Se dejó llevar por el Guadalquivir. Tan sólo sacaba la cabeza. Así pudo ver las flores, los juncos, el talud de las riberas. Entrevió un arco iris, que pasó fugaz frente a sus ojos, casi cerrados.

Al fin cerró los párpados y perdió el sentido…

Sus padres la buscaron. Estaban tan preocupados que salieron a buscarla. Su padre conducía. Su madre se situó a su derecha. Sus hermanos, detrás. Portaban algunas provisiones.

La familia descendió por la orilla del cauce. El automóvil atravesó hermosos bosques y praderas. Los padres de Marta estaban intranquilos, pero procuraban ocultarlo para no contagiar su nerviosismo a los niños.

De pronto, observaron que en un meandro flotaba una persona, apenas una mancha en mitad del agua. Se dirigieron allí y descubrieron que se trataba de su hija, que estaba tendida sobre las piedras. La intensidad de la corriente había pasado ha convertirse en un flujo de aguas tranquilas.

Tumbaron a Marta sobre el suelo. La niña estaba pálida. Sus hermanos la observaban muy preocupados. Cuando, al fin, abrió los ojos, todos se abrazaron.

-Tengo que pediros perdón –les dijo.

Pasaron allí el resto de la jornada, apenas a unos metros de la cinta de agua que se desliza hacia el Sur.