XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Más allá de la pecera 

Blanca Alonso, 17 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Los observaba sentado en una minúscula silla. Siempre le habían fascinado los animales, y de pequeño los había tenido de todas las especies, pero en esos momentos tan sólo conservaba la pecera, pues con tantos hijos y nietos, había tenido que escoger.

-¡Hola, Abu! Ya estoy aquí, perdona el retraso. ¿Qué haces?

Se dio la vuelta y con la mano le indicó que se acercara.

-Ven; coge una silla y siéntate a mi lado.

-Vale, pero deprisa, que hoy nos han dado mucho temario y voy fatal; no entiendo nada.

-Deja de lado por un rato los estudios y haz lo mismo que yo.

Se quedaron contemplando la pecera cuál escenario.

-No lo entiendo, Abu. ¿Qué miramos?

-Los peces.

-Ya, eso resulta obvio. Pero, por qué los miramos. 

-¿Tiene que haber siempre un motivo?... –comentó con desgana–. ¿No podemos sentarnos a observar, sin más? Date cuenta de que al hacerlo, la mente se despeja y absorbe la belleza que hay en ese tanque de agua. ¿Es que necesitas otra causa?... Los jóvenes lo veis todo, pero sin ver. 

* * *

Dos horas más tarde de lo previsto, subió al tren tras aquella lección de observación y biología. Había cambiado su manera de entender las cosas. A partir de entonces, le fascinó la libertad que sentía al salir de casa sin ningún aparato electrónico en los bolsillos, al caminar por la calle sin prestar atención a la llegada de nuevos mensajes de wasap y fijar su atención en el universo que la rodeaba. Empezó a pasear mirando más allá de lo superficial, más allá de la pared grafiteada, más allá de los arbustos perfectamente podados, para pensar en el jardinero que con tanto detalle había invertido parte de su tiempo en embellecer la ciudad. Y se acercó a una anciana para ofrecerle su ayuda con las bolsas de la compra, y se detuvo ante el mendigo que, día tras día, extendía sus manos vacías a la puerta del supermercado, y le brindó unas palabras, y le puso buena cara al vagabundo, que carecía de una de sus piernas, y que le dijo, unos instantes después, <<¡Gracias por tu sonrisa!>>.

Desde entonces, cada miércoles el abuelo y su nieta se sientan frente a la pecera, para dar inicio a la clase de biología marina. 

* * *

-¡Hola, abuela!¿Qué haces?

–Coge una silla y siéntate a mi lado.

–Vale, pero deprisa, que hoy voy tarde.

–Olvida ahora tus prisas y haz lo mismo que yo.

Juntas se pusieron a observar la pecera.

-Abuela, ¿qué se supone que estamos mirando?

-Los peces.

-Ya, pero… ¿para qué? 

-¿Hace falta una razón para observar?  Los jóvenes lo veis todo, pero sin ver.