XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Memorias de un héroe 

Inés de Miguel,17 años

Colegio Entreolivos (Sevilla)

Pedro, Pablo, Enrique y Álvaro se reunieron bajo la sombra del naranjo durante el segundo recreo, el más largo de la jornada, que les ofrecía tiempo para realizar sus travesuras. Con un cómic en la mano, Pedro empezó a recitar de memoria las primeras líneas de Las aventuras de Tom Sawyer. Aquel tebeo era su fuente de inspiración, pues contenía sus reglas de comportamiento. Era, de alguna manera, su biblia. Todos los recreos los dedicaban a la interpretación de distintas aventuras, ya fueran las de Tom o las de aquella pandilla imaginada por Mark Twain.

La semana anterior saltaron la valla del colegio para llegar a la vía de tren, donde se dedicaron a recoger piedras de la vía. Aquel colegio estaba rodeado de campo, y para un niño de 5º de Primaria era un lugar lleno de peligros, y no sólo por las serpientes sino por las madrigueras, que eran como trampas en las que uno podía caerse.

La euforia de aquella gran victoria había llenado a los niños de orgullo. Así que, sentados bajo el árbol, planificaban el siguiente reto. Una vez escucharon a Pedro recitar un capítulo del cómic, se echó a suertes quien sería el valiente que iba a atreverse a llevar a cabo un nuevo plan. Y le tocó a Álvaro.

Álvaro era un niño bueno, quizás el más modoso de todos ellos. Llevaba los calcetines subidos hasta por debajo de las rodillas, pero se sacaba voluntariamente la camisa por fuera, porque, no quería ser un parguela . Aunque en marzo no hacía tiempo de camisa, la dirección del colegio no les permitía hasta mayo cambiarla por un polo, por lo que el chiquillo sudaba a mares. No le hizo mucha gracia tener que llevar a cabo dicho reto, pero deseaba parecerse a Tom Sawyer y convertirse también en un ídolo. Además, ¿qué iban a pensar sus amigos si se rajaba? Fingiendo estar tranquilo, aceptó.

Ya lo habían dejado solo cuando se escondió detrás de un árbol. Armándose de valor, recogió del suelo una naranja y la disparó con todas sus fuerzas a un chaval que se encontraba sentado en un muro, a unos metros, mientras fumaba a escondidas. Para más inri, se trataba del matón del centro.

Antes de echar a correr, a Álvaro le dio tiempo de ver que la naranja lo había golpeado en el cuello. Por precaución, se escondió en un aula, en el interior de uno de los armarios. Se arrepintió de haber elegido aquel resguardo cuando el matón lo encontró, pues el hueco era perfecto para que le cayera una lluvia de puñetazos sin escapatoria.

Minutos después, magullado y con un hilo de sangre seca que le bajaba de la nariz a la comisura de la boca, Álvaro regresó al naranjo, donde disfrutó con el vitoreo de sus amigos. Le alegró comprobar que se había convertido en un héroe, otro Tom Sawyer de las cercanías del río Guadalquivir.