XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

Metamorfosis 

Jimena Redondo De Cabo

Colegio  Zalima (Córdoba)

Ayunos, atracones, vómitos y horas y más horas llorando. Era la triste realidad de Sofi.

 La culpa la tuvo Ana, una chica que cuando alguien le pregunta, nunca concreta su edad ni tampoco a qué se dedica. No es muy sociable, ni cariñosa ni, mucho menos, empática. Pero tiene una amiga de confianza, Mía, que más parece su compinche.

Hace unos años, Sofi buscaba personas para trabar amistad. Era muy buena, entre otras cosas porque no se paraba a valorar el nivel social, cultural y económico de la gente. Se acercaba, se presentaba y en minutos hacía una nueva amiga.

Pero un día apareció Ana en el instituto, y se coló en su vida. Ana era una adolescente común, con una vida común y una familia común. Lo dicho, Sofi no entraba a valorar ese tipo de cosas.

Entre risas y pupilas dilatadas, Ana le propuso empezar lo que Sofi denominó más tarde como el “comienzo de la metamorfosis”, un proceso que consiste en combinar dietas estrictas y ayunos, con el que conseguir la figura corporal que su nueva amiga ansiaba, obsesión que había logrado contagiarle.

Pronto empezaron los problemas. Mientras tanto, en su pandilla todos la halagaban por sus primeros cambios físicos. <<Te estas quedando guapísima>>, le decían. <<¡Me encanta tu nuevo cuerpo!>>, exclamaban. <<Tía, qué cintura más fina, como de avispa>>, la agasajaban. Sofi estaba encantada, porque ¿a quién no le gusta gustar?

A sus padres, Ana no les caía bien. Creían que era una mala influencia para Sofi, pero como ella insistía en que nunca había sido tan feliz, prefirieron no decirle nada.

Una tarde Ana le presentó a Mía después de un estricto ayuno de dieciséis horas. Mía se la llevó a un famoso restaurante entre los adolescentes, llamado “ASC”, siglas de “Atracón Sin Culpabilidad”. Aunque se pegaron el atracón, la culpabilidad la consumió, llevándola directamente a vomitar en el retrete.

Prohibirse la ingesta de muchos alimentos y hacer ayunos exageradamente largos, pasaron a ser parte de la rutina de Sofi, a pesar de que día tras día experimentaba episodios de ansiedad que la llevaron a hacerse heridas por todo el cuerpo. Aquel fue el punto de inflexión: su madre la descubrió después de haberse practicado unas hendeduras en las muñecas. Esa misma noche la ingresaron no solo por peligro de suicidio, también por desnutrición aguda.

Sofi se secó las lágrimas frente al espejo antes de salir del cuarto de baño. Se sentía rota, vacía, muerta en vida... Su panorama había quedado reducido a levantarse para que las enfermeras realizaran su trabajo, romper a llorar sobre la bandeja de la comida, a la que declaró su enemiga, y colorear mandalas infinitas para calmar su fuerte ansiedad.

Pero meses después recibió el alta. Sofi volvía a ser ella misma. ¿Y Ana?... Por fin la había vencido.