IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Mi padre

León Navarro, 13 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

Escuchó un grito; procedía de la cocina. Asustado, Fernando echó a correr. Mientras bajaba las escaleras, especuló acerca de las razones de aquel chillido de su madre. ¿Le habría ocurrido algo al abuelo? No estaba enfermo, pero a los ochenta y nueve años la salud puede jugar malas pasadas. También podría haber sido su abuela…

Horas antes, Jaime, su hermano mayor, se había marchado junto a su padre para jugar juntos un partido de fútbol con unos amigos. Fernando tenía un examen al día siguiente, así que subió a su habitación y se sentó a estudiar.

Fue en el segundo tiempo del partido cuando su padre se sintió indispuesto. Había decidido jugar de portero, convencido de que con dejar de correr se le pasarían todos sus males. Ganaron, dos a uno. Después de una ducha, subieron al coche, dispuestos a volver a casa. Se tuvieron que detener en el arcén. Su padre había roto a sudar. Se quejaba de que tenía mucho calor. A trompicones, avanzaron hasta llegar a una gasolinera

Fernando se asomó a la cocina y sorprendió a su madre con una noticia terrible: su padre había fallecido. El chico se echó a llorar y no paró hasta tres días después…

-Ya no recuerdo nada más –le dijo Fernando a su hijo.

-¿Cómo pudiste llevar la vida sin un padre que te animara y apoyase? Alguien te tuvo que ayudar… ¿Quién fue? –preguntó su hijo.

Fernando pensó unos segundos y a continuación respondió:

-Mi padre, fue mi padre. Cuando una persona abandona el mundo, deja a sus seres queridos algo más que un recuerdo que, si saben aprovecharlo, les puede ayudar más que cualquier otra cosa.